![Ya que esto es el fin del mundo](https://s1.ppllstatics.com/elcomercio/www/multimedia/202012/07/media/cortadas/60453426--1248x1766.jpg)
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En su ensayo 'The collapse of complex societies' (Cambridge University Press, 1988), Joseph Tainter nos habla de cómo se van al carajo las civilizaciones, de su fragilidad y de los mecanismos que llevan a su derrumbe. Ya Platón hablaba de la senescencia de las sociedades, ... y Oswald Spengler apuntaba que los pueblos tenían un alma que iba decayendo con el tiempo. Nosotros no somos aún mayas o la civilización de Chaco Canyon para dejar ciudades en ruinas, pero está claro que habitamos un fin de época, y que no tenemos claro dónde acabaremos. Tainter nos explica que lo que fina los mundos no es tanto la guerra o las pestes o las invasiones o la hambruna o los desastres climatológicos, como la complejidad misma de una civilización: cuanto mayor es la especialización y el control político, sus burocracias y jerarquías, más cerca estamos de Armagedón. Es la denominada paradoja de Alicia en el País de las Maravillas: corres más y más rápido sólo para mantenerte en el mismo lugar. Roma cayó por ello, al ser incapaz de mantener la vasta estructura imperial, también la civilización minoica; de hecho, podríamos decir que cuanto mayor es el éxito de una sociedad, más papeletas tiene para irse a hacer puñetas.
Me acordaba de la lectura de Joseph Tainter estos días, mientras leía un librito de George Steiner, 'En el castillo de Barba Azul', publicado este año por Gedisa, que está recuperando toda su obra en bonitas y coloridas publicaciones ('Antígonas', 'Lenguaje y silencio', etc..). Steiner nos habla del concepto de cultura, del humus que la conforma y del desasosiego que nos embarga cuando percibimos que los valores se están fracturando, que el embotamiento moral nos anega, que nos ronda una nueva «Edad de las Tinieblas», y la sospecha de que solo quedarán aquí y allá pequeños núcleos que resguarden el espíritu de una época. Steiner habla del optimismo de mediados del siglo XIX, que embocó directamente una guerra que duró desde 1914 hasta 1945. Es posiblemente lo que sentimos hoy: nos hallamos en el acmé de un mundo, nunca hemos sido tan ricos, nunca hemos tenido tanta información ni tantos medios para curarnos, las cadenas de manufactura y distribución son globales, pero la sensación universal es de decadencia, de división. Existe una similitud evidente entre el ennui, el aburrimiento que destilaba la sociedad bien alimentada de mediados del XIX y la sociedad conectada a Netflix del XXI. Hemos perdido la capacidad para colaborar, para funcionar como una comunidad, que denunciaba Tainter en su ensayo, la única posibilidad de sobrevivir a los colapsos. Hoy tenemos unas élites cada vez más aisladas de la realidad, enormes brechas económicas, todo agravado por una pandemia, y así como la sociedad colapsó ya en la Edad de Bronce de 1177 A. C. o en la Unión Soviética en 1989, da la sensación de que nos dirigimos a toda máquina hacia otro abrupto final.
Steiner nos cuenta que, en 1851, el año de la Exposición Universal, Baudelaire publicaba poemas desolados, y Théopile Gautier gritaba «plutôt le barbarie que l´ennui» (antes la barbarie que el tedio). Una época como la napoleónica, en que la historia se aceleró y los objetivos eran epopéyicos, en la que Hegel escribía su 'Fenomenología' escuchando los cascos de la escolta del Emperador por su calle, dirigiéndose a la batalla de Jena, en que el horizonte era milenarista, se encontró, de repente, en un narcisismo nihilista, en la incurable tristeza del 'refalfiamiento'. Un largo periodo de reacción y calma, interrumpido por convulsiones puntuales en 1830, 1848 y 1871, ocultaba una corriente subterránea de exasperación, de alienación, de frustración. Flaubert lo contaba en ese lamento hastiado que es 'Bouvard et Pécuchet', la náusea de los valores de una clase media incapaz de levantar el vuelo y que nos dirigía directamente a un vacío tenebroso, a una catástrofe inminente. Surgen muchas preguntas al hilo de Tainter y Steiner: ¿tiene toda civilización elevada unos inherentes impulsos autodestructivos? ¿Toda estabilidad está destinada a la conflagración? ¿Posee el hombre, una vez cruzado determinado umbral de complicación, una tendencia a la disolución violenta? Freud ya hablaba del «deseo de muerte», y Rousseau de un bucolismo nihilista, pero, quién sabe.
En el texto de George Steiner encontramos una invocación a la cultura como antídoto contra el fuego purificador, como herramienta de diagnóstico que nos revele en qué estadio de corrupción nos encontramos. Si bien es cierto que la cultura no nos salvó de Dachau ni de Bergen-Belsen, y que los colapsos están sucediendo continuamente, en cualquier época, quizás la cultura nos sirva para proveernos de la voluntad y la fuerza para adaptarnos a lo que venga, y, si acaso, moldearlo de la manera más conveniente a nuestros intereses. Sufriremos igual, pero las cosas se pueden llevar mejor si existe cierto grado de colaboración, a fin de responder creativamente a los desafíos. Cuando un sistema falla, construimos otro; cuando un sistema no funciona, probamos con otra versión. Y probablemente lo hagamos mejor si mantenemos los arcos de la cultura intactos, a fin de comprender las fuentes de ese prurito por el caos, para mostrar el lujo indecente, la pobreza, la ecología arruinada, los peligros de la tecnocracia utópica, de la política codiciosa, de la identidad exacerbada: el vacío, ese ennui que crece en el alma.
Hay una parte del texto de Steiner que me interesó sobremanera: las mutaciones que han puesto fin a las humanidades clásicas, que se van alejando de la educación como ciertas galaxias en el universo, y que pasan de la lectura viva a la academia. Steiner señala el curioso vínculo que existe entre populismo y academia, debido a que la conciencia y el lenguaje se van convirtiendo en material de archivo. Los poemas ya no se leen directamente, siendo rodeados por un corpus bizantino de exégesis y polémicas, de arrogantes metalenguajes, una hermosa alegoría que nos aleja a cada uno de nosotros de la necesaria dialéctica que evita el aislamiento y la polarización, el ruido superficial, los atavismos. Para concluir, sólo queda repetir una pregunta: ¿en qué estadio de la caída nos encontramos?
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