Este año cumplo el 30 aniversario de mi visita a la isla de Capri. Era el otoño de 1992, el año que había dedicado a llorar por las esquinas, igualando el desamparo con el de los gatos famélicos que se ocultaban en la escollera del ... puerto. Hablando conmigo mismo encontré una pequeña luz en Italia; la atracción de ver lo que almacenaba en la memoria, de pisar las piedras por donde habían caminado los Césares o sentarme en las gradas de la plebe en el Coliseo. Los folletos de las agencias hablaban de Pisa, Roma, Florencia, Asís, Venecia, Verona, Milán... Y también el viaje optativo a Nápoles, con la inexcusable Pompeya y la legendaria Capri. Sabía que las penas y las culpas viajarían conmigo, como un pesado fardo. No obstante, decidí echarme a andar, sintiéndome mitad humano y mitad autómata.
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Ahora que se cumplen tres décadas tengo un recuerdo bastante preciso de aquellos días, metido desde Madrid en un autocar con 25 parejas de recién casados y yo en la parte trasera, de asientos corridos, en compañía de un loco. Los jóvenes esposos -a buen seguro pensando más en la cama del hotel que en Italia-, tenían subvenciones de la agencia para el viaje de bodas y hacían sus toques y besos furtivos encogidos sobre los asientos. Yo, mientras tanto, tiraba besos al cielo, con la esperanza de que hasta allí llegaran. A mi lado, el loco seguía a lo suyo, fumando y diciendo que lo hacía para los nervios, cuando la azafata lo reprendía. No siempre fumaba, también a ratos dormía, y entonces profería insultos entre sueños, haciendo sonar todos sus orificios. Bonito viaje. Pero eran instantes en que un cautivo y desarmado creía merecer todos los castigos.
Una buena amiga, para devolverme a Italia en estas fechas, Me recomendó leer' 'La historia de San Michele', del médico sueco Axel Munthe. Me había perdido, hasta ahora, uno de los relatos más emocionantes que pude leer en mi vida. Una autobiografía que parece de superhombre, de alguien altivo que sabe caminar entre las miserias. Un médico que hace cuanto puede sorteando las plagas del tifus y del cólera entre muertos y moribundos. Pero, al final, como a la Ítaca soñada, navega hasta Capri, donde compra su casa junto al palacio de Tiberio.
Cuando el loco desapareció en Florencia sentí un gran alivio, y que Dios me perdone. Acudí con la guía a denunciarlo a los carabineros, asegurándoles que era un 'pazzo', y podía haber hecho cualquier disparate. Isabel me cogió de la mano diciéndome con la mirada: Joaquín, esto puede ser el comienzo de una gran amistad.
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