![Míster Witt en la España plurinacional](https://s1.ppllstatics.com/elcomercio/www/multimedia/202107/12/media/cortadas/65973666--1248x1874.jpg)
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El gobierno sanchista ya tiene trazado su plan para la fragmentación del país. Mientras los franceses tumban cualquier pretensión periférica de acabar con su centralismo (Ley Molac, Bretaña), en España se dirimen los asuntos nacionales con gente que está presa. Ah, que los presos no ... están de acuerdo con el marco constitucional, pues nada, hombre: se cambia el marco. El problema es que para cargarte la Carta Magna hay que hacerlo desde la propia Constitución, sobre la base de un acuerdo sólido con los partidos constitucionalistas, y en un clima de estabilidad. Vaya, que no se cumplen ninguno de los requisitos, tampoco pasa nada: hacemos como que pasa. Si al gobierno francés le dijeran que los bretones quieren un referéndum de autodeterminación, que el sistema público pague la inmersión en lenguas regionales o una mesa bilateral para tratar «de gobierno a gobierno», le daría tal ataque de risa que tendríamos que ingresarlo en Urgencias. Paisanos, les diría, recordad la tabula rasa de 1789, y tampoco olvidéis a Monsieur Guillotin. Y nadie duda de que Francia sea un país democrático.
Aquí no, aquí tenemos el gobierno sanchista. Aquí tenemos esa entelequia que dizque que se llama el «estado federal confederal plurinacional plurilingüe y pluriloquesea». O sea, estamos hablando de un Estado federal, en el que el poder del Estado es omnipresente en toda la nación; en el que se trata de un reparto funcional de los poderes, no del aumento indefinido de una parte dejando al margen el conjunto; en el que se trata de armonizar, de educar tanto en la parte como en el todo; en el que la descentralización profunda no implique el riesgo de disgregación; en el que se trata de eliminar las distancias culturales y administrativas. A cambio, tenemos la empanada mental, la incongruencia, el ciempiés retórico. A cambio, tenemos a Iceta, Baldoví, Aizpurua, Rufián, Asens. A cambio, los ciudadanos estamos pagando la balcanización. A cambio, tenemos un Estado español residual en algunas autonomías.
España está enfilando un final de régimen sin ideas ni políticos, con taifas locales cada vez más difíciles de controlar. Hace cuarenta años nos las prometíamos muy felices, pero ya tenemos a un gobierno que dará un referéndum de independencia (no sean inocentes con las promesas de Sánchez: su ventaja es que no tiene 'líneas rojas', y lo travestirá con cualquiera otra denominación), que cuestiona el régimen del 78, y que asegura que no pasa nada porque, además de pagar el 'pizzo', todo se vaya al carajo. Aquí no importa la ley, lo esencial son los sentimientos. En fila, aguarda el aquelarre identitario de Prat de la Riba, Sabino Arana, Blas Infante... y cualquier hobbit o habitante de los Siete Reinos que se invente una manifestación lingüística. Y además tenemos que aplaudir, además somos españoles rancios e inmovilistas si denunciamos el desarme del Estado, además tenemos que taparnos los ojos ante el acoso y descrédito al que se somete a la justicia (entre otras bondades, las increíbles «piedras en el camino» de Ábalos al Tribunal de Cuentas), además tenemos que sonreír ante la negociación de más privilegios y concesiones a los independentistas, ante los agravios al resto de autonomías, ante la asimetría financiera con que se recompensa a quienes solo desean que el país implosione. De verdad: acojonante.
El gobierno sanchista compra a precio todavía por tasar el tiempo necesario para seguir en el poder un poquito más. La 'agenda del reencuentro' es un eufemismo para una bajada de pantalones en toda regla, que condicionará lo que les quede de mandato y agudizará los problemas del país. La alusión permanente al «espíritu de la Constitución», al «diálogo y concordia», enmascara, bajo su flexibilidad semántica, el desmantelamiento de la autoridad de la ley vigente, la tiranía de las minorías, la preparación para echarlo todo por la borda. Porque nadie se acuerda ya de Emilio Castelar cuando aseguraba que «aquí, en España, todo el mundo prefiere más a su secta que a su patria». Porque nadie se acuerda de Henri Spaak y su aserto de que «en Europa solo hay dos tipos de estados, los pequeños, y los pequeños que no se han dado cuenta de que son pequeños». Porque nadie se acuerda de Unamuno, cuando escribe que «no es una guerra de Ideas. Es la sombra de Caín, que anda suelta». Esto, lo franceses lo tienen bastante claro, y por ello no sueltan las riendas del Estado centralista.
Siempre recomiendo leer al olvidado Ramón J. Sender. 'Bizancio', 'Imán', 'Crónica del Alba', 'La aventura equinoccial de Lope de Aguirre', así como un estupendo libro de conversaciones que tiene con Marcelino C. Peñuelas. Pero, en este caso, nos viene mejor otra novela, 'Míster Witt en el Cantón'. El libro cuenta la proclamación, en 1873, durante la presidencia de Estanislao Figueras, de la República Federal, dirigida por Francisco Pi i Maragall, y en rápida sucesión por Nicolás Salmerón y Emilio Castelar. La famosa Primera República no tenía solo como adversario a los monárquicos o a los carlistas, sino que encontró un enemigo mucho más feroz en la disputa del modelo territorial entre los republicanos centralistas y los federalistas. A esa sombra se desarrolló velozmente el modelo cantonalista, que provocó que ciudades y regiones enteras se proclamasen independientes, con la consiguiente reacción del Estado aniquilando de forma expedita a los insurrectos. Fue un vértigo sangriento, y la novela habla en concreto del cantón de Cartagena. Al hilo de este libro, recordar la conversación que tuvo Valle-Inclán con Sender en 1934, en su tertulia del café de La Granja de El Henar: «Van a llegar días siniestros. Días de violencia, fealdad y hambre. La amenaza asoma por todas partes». Al principio, Sender pensó que don Ramón dramatizaba, pero después llegó a la misma conclusión. Luego escribió 'Míster Witt en el Cantón'.
Sender consignó más adelante que había escrito la novela en la misma senda que las advertencias de Valle-Inclán y Pío Baroja, y acorde con la realidad social de su tiempo. Azaña dijo sobre sus advertencias, «cosas de novelistas», y Sender le respondió: «Sí, pero los novelistas hacemos la historia de hoy, y presentimos la de mañana».
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