Debe de ser muy frustrante para cualquier político llegar a ministro y encontrarse, en la parafernalia de su pomposo despacho oficial, con la realidad cotidiana de la nada que proporciona no tener qué hacer. Debe de resultar frustrante para la persona que escala a semejante ... cargo, sí, pero es más frustrante que los ciudadanos acaben pagando las consecuencias e irresponsabilidades verbales que comete en tanto tiempo libre como tiene que aguantar en la poltrona.
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Es el caso de Alberto Garzón, un político joven y prometedor para los suyos, hasta que de la noche a la mañana se encontró investido de un rango de poder que quizás le queda grande, limitado poco más que a asistir como oyente a las reuniones del Consejo y a cavilar qué puede decir para que los periódicos recojan una frase suya, sin contenido y a menudo desafortunada. Con lo guapo que estaría callado.
Claro que hay que ponerse en su lugar para entenderlo: las tonterías en boca de un ministro, aunque sea de la nada como se le considera, proporcionan titulares que 'venden', en el decir del argot profesional. El daño causado y el ridículo hecho por el señor Garzón, comunista con chaqué para más señas, son otra cosa que debe ser tratada aparte. Estos días navideños, el ministro de Consumo y Juego no tuvo mejor iniciativa que denunciar internacionalmente la mala calidad de los productos cárnicos españoles.
Se trata de los productos variados que los ganaderos, procesadores y exportadores ponen a nuestro alcance cada almuerzo, mientras pagan con sus impuestos el sueldo del ministro que les desprestigia. Además de carecer de razón alguna, el señor Garzón se reafirma como un irresponsable que con sus palabras a la ligera causa daño a unos productos españoles que, dicho sea de paso, nadie más que él ha salido a criticar a la plaza pública. Nadie hasta ahora se había atrevido a decir algo así.
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Su argumento reincide en el ridículo y critica los productos cárnicos españoles porque fueron obtenidos en granjas a costa del sufrimiento de los animales. Como si en otros países a los corderos o a los cerdos de Jabugo se les anestesiase antes de hacerles la eutanasia, para que mueran tranquilos y hasta contentos. Y hablando de contentos, los que de verdad tienen razones para estarlo son los competidores foráneos.
Menudo regalo el que un ministro les hace a la hora de la competencia con las exportaciones españolas. No debe de existir precedente en la historia del comercio internacional. Los ganaderos, trabajadores y empresarios se esfuerzan para ofrecer buenos productos para que su asalariado ministro ocupe su tiempo libre en degradarlos. El Gobierno se ha apresurado a desautorizarlo, pero él no dimite, prefiere ser el ministro de la incompetencia.
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