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Afalta de conocer los saldos migratorios, es posible que un día cualquiera de este otoño los asturianos que residen oficialmente en Asturias bajen del millón. Si las previsiones se confirman, desencadenarán cierto revuelo mediático. Pero superar ese jalón simbólico no será sino el resultado de ... tendencias de décadas. Y, sobre todo, el preludio de lo que, de no mediar un cambio disruptivo, será una Asturias que hacia 2070 censará poco más de medio millón de habitantes.
Influido quizá por el impacto que supone bajar de ese umbral, el Gobierno regional ha aprobado un paquete de medidas, dentro de lo que sus competencias permiten, para tratar de revertir esa tendencias: ayudas directas a familias, deducciones fiscales, etc. Y, sin embargo, lo más probable es que su resultado práctico sea casi irrelevante. A lo sumo, un ligerísimo freno a la alarmante pauta descendente de la fecundidad asturiana. No sería poco. Pero tampoco suficiente.
Si bien los registros asturianos sorprenden por lo bajos -récord en Europa, y sólo comparables a los de algunos países de extremo Oriente-, no podemos desligarlos de un contexto casi universal. La humanidad asiste a un hecho inédito: el número de hijos por mujer frisa la tasa de reemplazo. Solo África la supera con claridad. La universalización de la transición demográfica hacia modelos de bajas mortalidad y natalidad, la urbanización generalizada, la internacionalización del mercado laboral y la necesidad de largos ciclos formativos, convierte a los hijos en una fuente de gastos y no de ingresos, como ocurría en las sociedades agrarias. Completan el cóctel fenómenos como la universalización de un hedonismo narcisista, individualista y consumista y una desesperanza creciente sobre el futuro, abonada por tendencias como la percepción de la humanidad como plaga emisora de CO2 y responsable, por tanto, del calentamiento planetario que amenaza nuestra existencia, cuya consecuencia es la renuncia a la procreación. Incluso en países autoritarios como China la tasa de fecundidad se obstina en permanecer en torno a 1,6 hijos por mujer a pesar de los intentos gubernamentales, por favorecer el nacimiento del ¡tercer hijo!
En Asturias, además, el número de mujeres en edad fértil se reduce año a año. Las asturianas que tienen 20-29 años son 39.000, frente a las 57.000 que componen el grupo de edad entre 30-39. La generación nacida en los años finales de la 'burbuja' dará un respiro momentáneo. Pero entre los 0 y los 9 años, son solo 31.000 niñas las empadronadas, de las que habrá que descontar a las posibles emigrantes. Además, y de entrada, casi una cuarta parte de ellas asegura que no desea tener hijos. Y solo un 60% asegura desear dos o más. El resultado es que el número de hijos que, en promedio, dicen desear las asturianas, estaría en torno a 1,5 hijos por mujer, bastante por encima de la actual tasa de fecundidad, que apenas llega a uno, pero inferior a los registros centroeupeos y, por supuesto, insuficiente para mantener la población, aun con tasas de inmigración similares a las actuales. Sin embargo, la mayoría de las mujeres que desea tener al menos un hijo, lo tiene.
Además, en torno al 70% de las diferencias en la fecundidad -aún en su exigüidad casi planetaria- entre territorios homogéneos, como el europeo, se explican por la salud mercado laboral. Y si la española no es ejemplar, la asturiana lo es aún menos; basta ver la última EPA, donde registra la peor evolución interanual de las diecisiete autonomías. La escasa oferta de empleo de calidad se traduce en descensos salariales -especialmente en sectores maduros o poco cualificados, mayoritarios en nuestra región-, en una elevada temporalidad, por más que se intente disimular con nuevas modalidades de contratación (ojo, por cierto, al sector público, donde se ha disparado), la dificultad para optar voluntariamente por la media jornada y, en general, en condiciones poco propicias para que los jóvenes asturianos procreen.
Contemplamos, por tanto, un panorama donde los factores estructurales -cambio social, de valores e ideológico, estrechez del mercado laboral o escasez de madres potenciales- no propician la vocación reproductiva de las asturianas. Y que restarán efectividad a cualquier medida natalista. Cabe pensar, además, si aun celebrando la puesta en marcha de estas medidas, apuntan en la dirección correcta.
Y es que buena parte de las investigaciones sobre el fomento de la natalidad sugieren, primero, y ya citada, la importancia de lo estructural: mercado de trabajo, pero también valores y usos y costumbres. Segundo, la importancia de la conciliación entre trabajo y familia, coincidiendo en esto con las propias mujeres que cuando se les pregunta qué hacer para que tengan los hijos que desean, apuntan a una conciliación que va mucho más allá de la escolarización 0-3 por la que parece apostar nuestro ejecutivo: permisos de maternidad/paternidad más largos y mejor remunerados, trabajos a media jornada y la asignatura pendiente de la racionalización y flexibilización de horarios laborales. Cuestiones que quizá escapan a las competencias autonómicas, pero no al deber de influir ante el legislador competente. Y solo en tercer lugar aparecen las ayudas directas. Pero no como ayudas puntuales en el momento del alumbramiento, sino planteadas como apoyos a largo plazo, especialmente para los hogares con menos recursos -atención a las madres solas- que garanticen los derechos de la infancia. Orientándolas, sobre todo, hacia el segundo y tercer hijos, ampliando en estos casos umbrales de renta, contribuyendo, de paso, a mejorar la escasa capacidad redistributiva de nuestro sistema de bienestar. Como medida adicional, cabría reforzar la política de vivienda pública para jóvenes y familias de bajos ingresos. Por último, me asaltan dudas sobre la necesidad de primar las ayudas en el ámbito rural, cuando su problema no es la fecundidad, similar a la media regional, sino la escasez de mujeres en edad fértil. Y, desde luego, sobre unas deducciones fiscales sin impacto en los hogares con menores rentas.
Pero, insisto, la clave para mejorar nuestra demografía es el mercado laboral. Con la aplicación de medidas como las expuestas, la fecundad podría mejorar un par de décimas, bienvenidas pero insuficientes. El gran reto de Asturias -y de España- es desplegar todos los recursos para generar actividad y empleo (¡ay, esos Next Generation!) productivo, bien pagado y en nuevos sectores, que aporten esperanza y confianza en el porvenir a los jóvenes asturianos (y no asturianos) para cuajar sus proyectos vitales en Asturias. Y que, además, reduzca la creciente factura social al tiempo que genera recursos para pagarla.
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