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El paisaje es un milhojas. Tiene muchas láminas. Unas son reliquias del pasado y otras funcionales. A veces están tan comprimidas que no las distinguimos. Pero están a la vista. Son la cara del territorio, entendido como el conjunto de los valores y las capacidades ... que el paisanaje emplea para ocupar un espacio y modelarlo, como paisaje. Por eso, la cantidad de territorio que cabe en un espacio dado es variable y depende mucho de la acción de sus participantes, quienes lo hacen crecer o menguar.
Un ejemplo: la película 'El rey león' se desarrolla en un único espacio: siempre en las mismas coordenadas. Pero no es el mismo territorio cuando está gobernado por el honesto Mufasa que cuando manda el envidioso Eskar. Algo ha cambiado: la libertad es sustituida por la opresión; la seguridad por la violencia, y la autonomía personal por la dependencia de las hienas. Y el paisaje también, al transformarse de sabana (en la que la hierba está crecida y los ríos bajan con agua), en un secarral (asolado por el fuego) y desierto (pues allí no hay quien viva). En definitiva, la cualidad del territorio mengua.
También algunas de nuestras ciudades están menguando. Tienen los mismos habitantes que a comienzos del siglo XX, después de haber llegado a doblarlos. Se acabó la industria minera, pero quedan sus huellas, en forma de desvitalizada mentalidad social y de descapitalización física. Ciclo agotado. Comienza uno nuevo. Y entre uno y otro hay una interfase. Que deberían aprovechar para reestructurarse. Durante un tiempo la opción preferente con que lo intentaron se llamó fondos, reactivación, dinamización, política industrial de incentivos a la instalación de nuevas empresas… Los resultados hablan. No consiguieron cambiar la tendencia declinante.
Otras opciones fueron secundarias, a pesar de que había evidencias de su necesidad después de tantos años de uso. Ahora hay oportunidades, en forma de programas que financian la conversión de las ciudades en plataformas ciudadanas atractivas y capaces de sostener ecosistemas de innovación para un nuevo tiempo. Se trata de la regeneración urbana integrada. Que se hace con proyectos pertinentes para resolver papeletas pendientes en las localidades. Que sienten menos por el analgésico de la costumbre, pero que llaman la atención a los de fuera. Por ejemplo, hubo un tiempo en que las carreteras atravesaban los pueblos. Hoy están desdobladas, pero tienen la misma pinta que antes y más abandono. Las luminarias son escuálidas farolas, y los comercios no ofrecen sus escaparates a los ocasionales paseantes por mínimas aceras, que comparten con improvisadas terrazas entre coches. Hay la necesidad de convertir las carreteras generales en amables bulevares, con pavimentos coloridos a un andar, con peatones que pasean y se sientan en amplias terrazas arboladas, desde las que puedan observar escaparates sin estar acogotados entre coches aparcados de cualquier manera. Eso servirá para organizar como barrio apacible lo que amenaza con ser marginal (Turón). O unir segmentos carreteriles para tratarlos como avenida coherente, y dar continuidad a un eje de transmisión de fuerza urbana cuyos rodamientos están oxidados, y que hay que reparar, para hacer girar de nuevo una villa ampliada y desfragmentada (Mieres, entre el parque de La Mayacina y el puente de Ujo). Llama la atención cómo antiguos ferrocarriles mineros ocupan con vacías playas de vías un espacio vital para la villa que generosamente los acoge (Moreda), a la vez que soporta sus muros, que ya no custodian nada, pero que impiden el disfrute de la ribera fluvial, achican la villa y, sobre todo, hacen absurda la situación, pues convierten en inaccesible el que podría ser un tranvía urbano en cualquier ciudad europea. De nuevo encontramos un elemento disfuncional del pasado entreverado en el paisaje del presente y perturbando el futuro. Presencias que a veces llegan a ser indignas; por ejemplo, cuando la compañía ferroviaria, propietaria de las vías ociosas decide actuar desahuciando por la brava a los okupas huertanos (Figaredo). El resultado es convertir un espacio urbano central en un basurero, lleno de escombros y de ratas como gatos.
La dejadez de los responsables es una ofensa para los vecinos. Una cosa es que tratemos de recuperar la dignidad de unas localidades que la están perdiendo, y otra que compañías públicas se empeñen en degradarlas. Así no hay forma de torcer el brazo al destino.
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