El vino es siempre el mismo, pero, según los entendidos, cambia el sabor según el estado emocional en que esté el bebedor. El tiempo es siempre el mismo y corre a la misma velocidad, pero según la edad del que lo vive cambia su percepción.
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Cuando somos niños y adolescentes sentimos que el tiempo se eterniza y deseamos hacernos pronto mayores, y cuando somos viejos el tiempo nos pasa a velocidades de vértigo, sin apenas sentirlo. Cosas que ocurrieron hace diez años nos parece que sucedieron hace cinco. Encuentros que tuvimos hace veinte nos parece que ocurrieron hace diez y así con diferentes vivencias. El frigorífico aquel que tiene doce años pensamos que tiene ocho. El caso es que vemos que el tiempo se nos escapa entre las manos y comprobamos con cierto desasosiego que se nos echa encima el final del camino. Algunos, al ver que se les van muriendo los amigos o los seres muy queridos y cercanos y se van quedando solos, se angustian y van mermando el interés que sentían por la vida. En la percepción está gran parte de la clave. Y digo gran parte porque la realidad juega también un papel importante, ya que los achaques suelen ir produciendo deterioro físico y mental, lo que acompaña a la percepción del declive.
No queda más remedio que entrenarse en una serena aceptación del devenir personal para que el último tramo del camino no se convierta en desesperación e intrusiva ansiedad. Como decía el actor Clint Eastwood, «no hay que dejar que el viejo entre dentro de nosotros y se quede». Porque una vez dentro y acomodado no hay quien pueda sacarlo y entonces la percepción del declive se acelera, con todo lo que implica.
Para contrarrestar el efecto de la percepción de la velocidad del tiempo no queda otro camino que ver el que nos falta como una oportunidad de disfrutar en lo posible y vivir con intensidad la mayor parte de los momentos que podamos. Eso implica vencer la tentación de centrarse en el futuro breve que nos queda para centrarse en el presente, aprovechando cualquier resquicio que nos quede de vitalidad, curiosidad, interés y algo de fuerza. Y resquicios siempre quedan, si se intenta buscarlos, aunque seamos mayorcitos.
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