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Decía Pedro Sánchez desde Davos que «en nuestros países la gente no puede ir por la calle con una careta, conducir un coche sin carnet ... o enviar un paquete sin presentar un DNI o comprar un arma sin él. Y estamos permitiendo que la gente haga lo que quiera en redes sociales sin vincular sus perfiles a una identidad real». Tiene razón. Lo cierto es que los periodistas llevamos tiempo peleados con el anonimato: cada vez nos ocupa más tiempo tratar de discernir si lo que leemos en redes sociales es verdad o no, y es imposible contrastar las noticias si quien las cuenta es un nombre ficticio y tiene como foto de perfil un plátano con ojos. Por eso nosotros firmamos nuestras informaciones, porque nos responsabilizamos de ellas, ponemos ahí nuestro careto y nos exponemos a que, con razón o sin ella, nos aticen a diario en internet no solo plátanos, también guerreros de la antigüedad, muñecos de la infancia, payasos maquiavélicos y todo un ejército de enmascarados digitales al modo de 'V de vendetta' o 'La casa de papel'. Por otro lado, tampoco convendría darles las llaves de internet a los políticos para que decidan qué medio es 'fake' o cuál publica bulos, porque con ese poder cualquier presidente podría ponerse a jugar a los dictadores. Y ya de paso, déjeme recordarle que esos mismos políticos que ahora se quejan fueron los que eligieron prescindir de los medios de comunicación y utilizar esas mismas redes de las que ahora huyen o reniegan para lanzar su propaganda sin preguntas incómodas, sin intermediarios. Sin luz ni taquígrafos, pero con red.
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