Mirémosles a los ojos

La velocidad a la que nos movemos hace que, en más ocasiones de las debidas, hagamos como que no vemos lo que no nos gusta. Las prisas nos sirven como excusa. Sin embargo, en cualquier paseo por la ciudad, de camino al trabajo, a nuestro ... restaurante favorito, no es complicado ver personas pidiendo por las esquinas, muchas de ellas con lugar fijo, a cuya presencia nos hemos acostumbrado. Quizás haya visto también por el Muro, o por Begoña, a esa señorina, muy mayor, que camina encorvada, casi como si la tierra estuviese a punto de tragársela, con un bastón y una especie de hatillo donde lleva sus cosas. Muchas veces, descalza. Me cuentan que quien trató de ayudarla –más allá de darle algo de dinero– recibió un 'no' por respuesta. «No quiere irse a ningún sitio, quiere seguir haciendo su vida en la calle», me dicen. También hay un hombre, aparentemente enfermo, con las piernas hinchadas y llenas de vendas, que se desplaza lentamente con sus muletas. Duerme en algún banco de la plaza de Europa, y el fin de semana pasado se cayó en la calle. La Policía Local acudió a echarle una mano, y llamó a una ambulancia para que le atendiese. Me explicaba un agente que no era la primera vez, que le daba mucha lástima, y que el hombre tenía problemas con el alcohol. Al día siguiente, estaba de nuevo donde le recogieron. Los cajeros son en pleno siglo XXI, como muchos portales, soportales y accesos a garajes, infraviviendas para decenas, no sé si cientos de personas. Y ahora vemos que el Albergue Covadonga recibe cada vez más veces a familias completas. No sé qué se puede hacer, si los servicios sociales deben actuar 'de oficio', si son necesarias más plazas. Sí sé que, tanto yo como usted, deberíamos al menos mirarles más a los ojos, o regalarles, haciendo un exceso, alguna sonrisa.