Estos días, mientras escuchaba al señor Zuckerberg explicarnos las bondades de su Metaverso, me acordaba de un terrorífico cuento de Ray Bradbury, 'La pradera', contenido en el volumen de relatos 'El hombre ilustrado'. Dos padres utilizan un cuarto de juegos artificial para mantener entretenidos a ... los niños, y estos lo usan para recrear la sabana africana, un entorno muy peligroso, lleno de depredadores. Los problemas comienzan cuando los padres, ya preocupados, quieren cerrar definitivamente ese cuarto. No les voy a destripar el cuento, pero el asunto se complica mucho, lo mismo que se puede complicar si el nuevo conejo que ha sacado Mark Zuckerberg de la chistera tiene éxito.
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Los entornos virtuales no son una idea nueva, ahí están World of Warcraft o, en su momento, Second Life. Aunque parece que nuestro Zuckerberg quiere llevar dicho contexto a un nuevo nivel, igual que el abate Masdeu en 1784, que afirmaba que la labor del historiador era añadir novedad a las cosas antiguas, autoridad a las nuevas, esplendor a las desusadas, luz a las oscuras, placer a las fastidiosas y fe a las dudosas. Uno, no sabe si por cincuentón o por mero cansancio, cada vez tiene un espíritu más ludita. Intento que mi tiempo en las redes sea el justo y necesario, y no tengo intención de formar parte de ningún metaverso, esa maniobra para disimular todos los problemas que tiene Facebook. Nuestro hombre nos vende la moto de que será un universo de realidad aumentada, al que terminaremos conectándonos con sensores en nuestra piel, y donde podremos jugar, ir a conciertos, ligar, comprar arte, y disfrutar de nuestros avatares para hacer las barbaridades que nos pida el cuerpo. No obstante, todo eso ya lo podemos hacer en la realidad, ¿no?
La diferencia estriba en que, en la realidad, las cosas raspan, poseen contradicciones, se nos somete a frustración, debemos trabajar más para lograr las cosas. Isaiah Berlin lo resumía bien cuando decía que en el mundo real dos fines perfectamente legítimos pueden ser incompatibles entre sí. En el falso mundo del señor Zuckerberg supongo que todo ha sido estudiado para aislarte de lo real, un poco como en la película 'Nivel 13', y los niveles de manipulación y desinformación que ya inundan las redes podrían, como bien dice su gurú, alcanzar una nueva pantalla. Cómo no recordar las líneas de Orwell en '1984': «El pasado fue borrado, lo borrado fue olvidado, la mentira se convirtió en verdad». También escribe: «Cada registro ha sido destruido o falsificado, cada fecha ha sido alterada. Y el proceso continúa día a día. Nada existe salvo un interminable presente en el que el Partido siempre tiene razón». Nuestros avatares podrían pasar cada vez más tiempo flotando en el éter digital, protegidos del espinoso día a día, y consumiendo como nunca en un lugar donde se puede charlar con unicornios rosas. No me malinterpreten: los media digitales tienen virtudes, han ayudado en múltiples proyectos, nos facilitan el acceso a la información y la visibilidad de nuestro trabajo. También la comunicación, a qué negarlo. Sin embargo, la lección que saqué del confinamiento fue que cada vez es más importante el cara a cara, hablar con la gente en vez de compartir fotos y esperar 'likes'.
Este año cumplí cincuenta y por primera vez en mi vida tengo sensación de estar envejeciendo. No todo es malo: sientes que cada vez dependes menos de la mirada ajena. No tienes la tentación de retocar tus fotos en las redes, o de que parezca que tu vida es perfecta y, desde luego, que me den el beneplácito a una imagen ya me la trae al pairo. Ahora bien, en el metaverso no habría altibajos, ni días deprimentes, ni eventos opresivos o desesperantes. En el metaverso todo será performativo, más o menos con el mismo espíritu de Facebook o Instagram, pero llevado a niveles desconocidos, lo que conllevará un nivel de distorsión emocional también novedoso (me viene a la cabeza aquello del Oráculo de Gracián: «Son muchos más lo engañados que los advertidos: prevalece el engaño y júzganse las cosas por fuera. Por tal razón, la mentira es siempre la primera en todo; arrastra necios por vulgaridad continuada. La verdad siempre llega la última, y tarde, cojeando con el tiempo»). En el metaverso documentarías cada segundo de tu vida, cada vez más inmerso en la irrealidad, al punto de que ya no recordarías que existe un mar igual a ese digital en cuya orilla te encuentras. Supongo que más temprano que tarde lo acabarían mezclando con todo tipo de drogas a fin de facilitar la zambullida, y todo lo que fuese discusión, aburrimiento, desacuerdo sería adecuadamente filtrado o pulido de toda posible imperfección. Igual que ahora, pero en un grado mucho más extremo, se te recordaría que tienes que optimizar, repasar las analíticas de tus 'post', comprobar la resonancia de tu cámara de eco, perfeccionar tu disfraz digital.
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¿Me estoy poniendo apocalíptico? A lo mejor, no sé. Ya les digo: es mi espíritu ludita. En un poema he leído que en el centro de la fiesta está el vacío. No me apetece ser invitado a las fiestas del señor Zuckerberg, a su vacío, porque ya se ha lucrado bastante todos estos años con la venta de mis datos, y lo último que me apetece es que se apodere también de la parte alícuota de mi alma. No me apetece vivir en el ansia de Paris Hilton («nunca me han fotografiado dos veces con el mismo vestido»). No me apetece habitar una cloaca máxima maquillada con un montón de azúcar glas. En fin, si toda esta jeremiada que les he colocado este lunes sirve para producirles un poco de curiosidad sobre el final de 'La pradera', o para leer entero 'El hombre ilustrado' de Bradbury, y seguir luego con las 'Crónicas marcianas' o 'El país de octubre' o 'La Feria de las tinieblas', habré ganado el día. Que les vaya bien esta semana.
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