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Las emociones, cuando salen de las cuatro paredes de la intimidad, se pueden convertir en un producto con alto valor en el mercado. Del mismo modo que el medio digital se ha revelado como uno de los principales conductos para demostrar el afecto, el mundo ... ilusorio que limita el mágico verdor de un campo de fútbol sintetiza el sentir de las masas. Sus emociones desordenadas confluyen en una esfera que rueda, pegada como un imán al pie del elegido, hasta que llega el momento de colocar la bola en el sitio justo para la culminación, ese trasunto efímero del orgasmo que es el gol.
Si Epicuro habitara entre nosotros, tal vez llegaría a la conclusión de que una de las raíces de nuestros males es que hacemos poco el amor y esa potencia desaprovechada pulula sin control hasta caer sobre la calva menos pensada, como la deposición de una gaviota. Lloramos de consuno, como un todo, por el ídolo que se marchó tras el brillo del oro, después de ordeñar año a año hasta la última gota azulgrana. Aunque Roma no pague a traidores, siempre habrá quién los reclute, doblando la apuesta del jugador esquilmado al que ya nadie da crédito. Se rescatan clubes de fútbol, autopistas y compañías aéreas, pero no hay piedad con los que no tienen para lo básico. Hasta el ciudadano menos dado al espectáculo deportivo debería lamentar la marcha del orfebre del balón que se fue de nuestra liga, aunque solo fuera porque las retenciones de sus emolumentos han dado para equipar hospitales y pagar maestros. La estrella llegó a Barcelona para crecer y creció tanto que secó a su nodriza.
¿Es compatible el odio al fútbol moderno con el amor por sus criaturas más rutilantes? Alguien dijo que los delanteros ganan partidos, pero es a los defensas a quienes hay que agradecer los campeonatos. La pandemia nos ha demostrado que los médicos salvan las vidas que se perderían por el camino si nadie condujera las ambulancias o limpiara los quirófanos. Las emociones estimulan la compra y destruyen el valor de uso porque el bien que adquirimos es intangible. Las lágrimas de cocodrilo del crack son de 'Lacoste', pero en un solo día ha conseguido que veinte millones de criaturas en todo el mundo empiecen a seguir al que era el equipo del barrio de Saint-Germain-des-Prés, cuna del estilo be-bop en jazz, cantina del existencialismo y plató de la 'nouvelle vague', convertido en franquicia multimillonaria gracias a los petrodólares. De la 'espuma de los días' de Boris Vian hemos pasado al 'dinero mata galán', que compra a nuestros héroes, engastando con alhajas inaccesibles los sueños futbolísticos de porterías perforadas en elipsis imposibles.
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