El fallecimiento de Gabino Díaz Merchán, que fuera arzobispo en la archidiócesis de Oviedo durante más de tres décadas, a la edad de 96 años, no por esperada ha dejado de ser una llamada a la conciencia y a la memoria de la sociedad asturiana ... que, aunque en un tiempo muy diferente, lo recuerda por su talante, su compromiso social y su apuesta decidida en un momento crítico como el 23-F en favor de la democracia.

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Dado que no pertenezco a la comunidad de los creyentes, por eso no tendré el atrevimiento de hablar de su obra pastoral. Lo haré desde la perspectiva del ciudadano y del político de izquierdas perteneciente a generaciones posteriores, pero que entonces lo valoró y a su muerte lo valora aún más por su afabilidad, su compromiso con los trabajadores y con los más humildes y su identificación con la democracia.

Podía no haber sido así, ya que en su biografía tenía razones familiares y personales para instalarse en el nacionalcatolicismo y en la revancha, pero sin duda su sensibilidad y talante personal, la realidad social de España y sobre todo de la Asturias de entonces, junto a la indudable influencia de la doctrina social del Concilio Vaticano II, fueron determinantes en su actitud y en todo su magisterio.

Una Asturias en plena movilización, a la que llegó a finales de los años sesenta cogiendo el relevo de Vicente Enrique y Tarancón, el arzobispo de la Transición. Hay que valorar en primer lugar la acogida en sagrado y su defensa de los derechos de los trabajadores, que entonces realizaban protestas y encierros en exigencia de derechos laborales y de libertades democráticas en plena dictadura franquista. Una actitud que le granjeó incomprensiones entre los dirigentes del régimen y también dentro de la propia jerarquía eclesiástica, pero que a pesar de todo mantuvo también en democracia y a lo largo de todo el tiempo de su labor pastoral.

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Por eso también se recuerda a Díaz Merchán por su decidido compromiso democrático. No en vano tuvo la difícil papeleta de situar a la Iglesia del lado de la democracia frente a los golpistas, como presidente de la Conferencia Episcopal, y posteriormente de establecer una relación de mutuo respeto con el primer Gobierno de la izquierda después de la guerra civil y la dictadura, normalizando la discrepancia con algunas de las primeras decisiones gubernamentales. Algo que también le costó más de una crítica. Lo mismo que años después tuvo que arrostrar las críticas, dentro y fuera de Asturias, por dirigir una diócesis excesivamente roja y secularizada. Unas críticas que no alteraron su rumbo ni su amabilidad.

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