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Vladímir Vladímirovich Putin (69 años) se miró una mañana al espejo y pensó: «Se te está pasando el arroz». Ya no puedes sacarte ni siquiera esas fotos épicas a pecho descubierto, en la nemorosa Siberia, o con un gordo esturión recién pescado. La espalda te ... da problemas, tienes una rodilla tocada, olvídate ya del judo o el hockey sobre hielo. Para más depresión, hace unos días Vladímir vio la foto de su amigo Berlusconi (85 años), haciendo una 'fiesta del amor' con un pibón de 32 añitos. Ya fue el último clavo a su estado de ánimo. Vladímir, se dijo, tú, que querías ser Pedro el Grande, que querías ser Catalina de Rusia, que querías ser Stalin, vas a pasar a la historia como un tipo que tiene un montón de pasta en Panamá y que ha hecho ricos a un puñado de golfos, dizque 'oligarcas'. Ya no hubo marcha atrás.
Cuenta Madeleine Albright en el 'NYT' (la primera funcionaria americana que se entrevistó con Vladímir allá por el año 2000), que no tenían mucha información sobre el nuevo zar. Tras su entrevista, anotó en su diario: «Putin es pequeño y pálido, tan frío como un reptil. Putin está avergonzado por lo que le pasó a su país y determinado a restaurar su grandeza». Lo que le ocurrió a su país fue el colapso de la Unión Soviética. Así que ya tenemos algunas claves por las que Vladímir no soportó su imagen en el espejo. El plan es claro: volver a juntar todas las piezas de la CCCP; ya empezó por Georgia y Bielorrusia, siguió con Crimea y el Donbás, ahora continúa con Ucrania. La próxima será en el patio trasero o se vendrá arriba y entrará en algún país báltico o directamente en Polonia. Ya ha amenazado a Finlandia y Suecia. Su lógica ya no es económica ni racional, sino histórica, y ahí no cuentan ni el dinero ni el bienestar de los rusos. Es el famoso 'ataque preventivo de la URSS' que cantaba Polansky y el Ardor. Aunque Vladímir no acababa de decidirse, llevaba lustros preparándose, pasando el plumero por los antiguos gulags, amordazando a la prensa y envenenando a la oposición, acumulando un colchón para soportar las sanciones (630.000 millones de dólares, reservas de oro y plata, etc), encargando mesas de varios kilómetros para la semiótica de sus puestas en escena, sacando de su ataúd a un villano como dios manda, Lavrov, como sacado de una película de terror británica (aquellas adorables series B).
Aparte del bajón de ver a su amigo Berlusconi, nuestro Vladímir puede haber desquiciado, pero no es tonto. Era ahora o nunca. Su gran Rusia es un gigante con pies de flan, solo sostenido por materias primas, con un desbarajuste interno importante y una gloriosa corrupción administrativa. Los abundosos europeos no tardarán en completar su transición energética, y el gas y el petróleo con que ahora puede pasarles la gorra ya no tendrán el mismo efecto. Además, han degenerado tanto que las represalias no pasarán de bloquearle en Twitter o prohibirle participar en Eurovisión. Lo de expulsar a Rusia del SWIFT tendría un efecto bumerán para sus industrias y mercados: les temblarán las piernas. Los gringos están inmersos en su propio sainete de Arniches. Los chinos hacen rancho aparte, y si 'no ponen ni quitan rey, ayudan a su señor', visto lo visto las ganas que le tienen a Taiwán, y de pasar por la quilla a los americanos en el Pacífico. Sí, Vladímir consideró que era el momento, que bastará un poco de levadura para leudar toda la masa. Nos los vamos a merendar. Pulvis es, et in pulverem reverteris.
Este es el panorama. Muchos creen que una guerra a 3.000 kilómetros de España no nos afecta. Criaturillas. Vamos a dejar aparte el suministro de gas, petróleo, trigo, maíz; el paladio, el aluminio, el cobre, el platino, los fertilizantes. Los ciberataques. La desinformación. La inflación en general. Esto va más allá. Mucho más. Todo lo que conocíamos ha periclitado: esta es una nueva etapa en la historia. Se acabó el oasis europeo, se acabó lo de gastar más en cubatas que en Defensa, se acabó lo de quejarse por todo. Momo, el dios de la burla, llevaba décadas observándonos y al final se ha escuchado su carcajada. Las banquisas árticas avanzan hacia nuestro hermoso jardín de guiris y pensionistas. La lucha es global y tiene dos bloques: nacionalpopulismo contra democracia. No solo está Putin, también está Trump, Ortega, Salvini, Díaz-Canel, Le Pen, Zemmour, Orbán, Maduro, Ortega y, sobre todo, Xi Jinping. Ucrania es el primer frente, pero estos se van a multiplicar. O se detiene a Putin en los próximos meses o tendremos a los soldados rusos haciéndose fotos en la Puerta de Alcalá.
Vladímir puede mirarse ahora al espejo. Lleva décadas en el poder. Eso implica también aislamiento, cierta realidad distorsionada. Nadie en su entorno tiene los huevos de contradecirle. Y a lo mejor no ve una cosa: que la Cenicienta acaba de despertar. Quizás a los europeos nos venga bien tener el aliento fétido del Moloc ruso en el rostro. Quizás nos demos cuenta de que la OTAN es básica, que debemos replantearnos nuestra política de seguridad, y que nuestros planes para tener un ejército europeo de 5.000 efectivos es un chiste. Quizás veamos que hay que sufrir un poco y sacrificar el vermú de las mañanas para detener al ogro. A lo mejor, en cuanto Vladímir tenga mil soldados rusos muertos sobre la mesa y un par de años de hambruna en Rusia por las represalias económicas, recula y se da cuenta de algunas cosas. Que Rusia no puede sobrevivir aislada de Europa. Que ahora está en manos de los chinos. Que sus amigos sirios, iraníes, venezolanos, cubanos, yemeníes, bielorrusos o norcoreanos no le van a sacar las castañas del fuego. Que tener una democracia en Ucrania igual no es tan malo para su dictadura, que tal vez se puedan hablar las cosas. Que, vaya, los colegas echan de menos ir al yate que tienen anclado en Niza, y el champán, y las putas, y las compras en Milán, y la terraza de su loft en Nueva York, y ese restaurante tan verriondo en Londres.
Totalitarismo o democracia liberal. Hombre fuerte o parlamentarismo. Esa es la apuesta. Pueden elegir dónde colocar sus fichas. Aún hay tiempo.
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