Para los griegos era un estado de ánimo derivado de la falta del fluido blanco, el de la vida, el que tensiona y hace asumir la creación y el riesgo. Melancólico se pone mi amigo cuando lee que Asturias va a ser una ciudad-región. ... A su modo, lo explica. Hace 22 años participaba en una conferencia en Gijón donde se ponía de largo Ciudad Astur. Como padrinos, políticos, oficiaban Areces y Maragall, y como académico, el ministro Castells. La visión tenía precedentes, resurgía en una academia de larga tradición en Asturias, y bien conectada a lo que se cocía en Europa antes de 'a cimeira' de Lisboa, en la que la Unión se declaraba aspirante al título mundial y reforzaba su ampliación con mayor cohesión, que basaba en el policentrismo urbano. Entre tanto, aquí se preparaba una campaña electoral y algunos contendientes buscaban reabastecer su programa. El concepto les valía, pues reconocía que el viejo distrito industrial instalado en el centro de la región daba sus últimas bocanadas y dejaba en su lugar un heredero: el área metropolitana. Cambiaba la forma, pero no el fondo. El nombre calaba. Por su validez metafórica, por ajustarse a la realidad policéntrica de una región en reestructuración. Pero nada mejor que un 'conceto' para enredar con él. Como este tenía aristas (el asunto de la capitalidad, la hipotética afrenta a las 'alas', el doble sentido que podría tener eso de la últimas bocanadas que daba el viejo…, la interacción poder autonómico -local ), pronto sus impulsores políticos las limaron y pasó a compartir cochera con el de ciudad-región, adquirido en un viaje a la Italia de las ciudades-estado. En cualquier caso, vueltas y revueltas, aproximaciones y embistes, gambitos de dama, especulaciones. Y cuando la cosa parecía a huevo, pero sin yema, pues Oviedo no entraba en la tortilla, vemos que el promotor de su creación hace un giro y extiende el área metropolitana a toda la región. O al revés.

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Mi amigo se hubiera conformado con un pequeño paso. Declarar el área metropolitana a efectos estadísticos, ponerle nombre, y mandar la tarjeta al INE, a los ministerios del ramo y a los servicios de la Comisión Europea, para que cuando planifiquen sus infraestructuras continentales se acuerden de que aquí hay una región que tiene una gran área metropolitana, policéntrica, de esas que quiere Europa, con varias ciudades medias muy próximas, dos puertos, grandes empresas, mucha población y baja irradiación. Que centra un país que parece una isla de diversidad. Cohesionado en el último medio siglo con la mejora de sus servicios. Y ahora amenazado por la contracción. Que queremos ver como una transición. A superar con energía, con proyectos. Y como en los diez mil km² de Asturias cabe más vida que en la taiga siberiana, casi cada uno requerirá un tratamiento de acuerdo a sus capacidades. No hace falta dar iguales resultados, sino tener oportunidades para realizar la mejor gestión territorial cotidiana.

Asturias tiene, entre otros, un ambiente metropolitano. Complejo por la intensa movilidad. Y no tiene dos alas, tiene decenas. En el cambio de siglo se fueron agrupando, el resultado fue un mapa comarcal. Lo trazó el interés, en forma de programas de desarrollo rural, que juntaron entidades locales tras proyectos comunes, en los que había algo que ganar.

Ahora mi amigo oye hablar de unidades funcionales y recuerda melancólico su mocedad, cuando en la facultad algunos profesores hablaban de lo mismo, las UFUs. Eran los locos años setenta. De donde parece que hemos rescatado la ferralla con la que montar un nuevo forjado sobre el suelo del país.

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El asunto de las áreas metropolitanas está pendiente en España y poco pueden hacer los ministerios, pues la competencia es autonómica y local. Pero parece necesario, por lo que periódicamente se retoma, como hizo Barcelona en 2010 y ahora Valencia que, como Asturias, cuentan con ese tipo de urbe, medida de la misma manera.

La receta contra la melancolía es comprender que la realidad siempre está desafiando al territorio. Porque aunque no muere, se transforma. Y para controlar su cambio existen los proyectos. Que arrancan de inquietudes y visiones, pertinentes. Por ello le digo a mi amigo que la melancolía es un estado de ánimo asociado a la contracción, a la mengua, pero que no sirve para superarla, para encarar la lucha por la vida, pues lleva a bajar los brazos, conformarse con el resultado y consolarse con ficciones, que asumidas, son indicio de enajenación y, finalmente, cuando esta se torna física, a desvanecerse en el éter, como leves pompas-mundos de jabón.

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