Toda la solidaridad se acabó en cuanto las empresas, pero también las administraciones, comenzaron a echar cuentas y pusieron todo su empeño en una digitalización de sus servicios tan barata como cómoda, aunque casi siempre más para quien la aplica
Carlos San Juan, un jubilado valenciano de 78 años que recogió más de 600.000 firmas para exigir a la banca una atención adecuada a los mayores, ha logrado no solo que la todopoderosa ministra Nadia Calviño le apoye. También que los bancos anuncien medidas para atender a sus clientes de más edad con un mínimo de decoro y eficacia. Esto es, en persona, con respeto y sin obligarles a recurrir a aplicaciones móviles incapaces de dar respuesta a sus dudas. La campaña 'Soy mayor, no idiota', que reclama un trato 'más humano' a las entidades para que todos sus clientes reciban los servicios por los que pagan desde el momento en el que abren una cuenta, ha avergonzado a la banca hasta el punto de plantearse que tal vez la política de cierre de oficinas, que tanto dinero les ahorra, no sea tan buen negocio. El Gobierno no ha tenido problema en secundar la indignación de los mayores. De momento solo le ha costado unas palabras y ni un solo euro. Los votos, a diferencia de las cuentas bancarias, valen lo mismo. Pero no deja de haber cierto cinismo en exigir a otros lo que uno escatima. No solo los bancos han dejado muchas preguntas en eternas llamadas en espera de centralitas disuasorias. Tampoco han sido los únicos en imponer la cita previa ni en ofrecer servicios que exigen una habilidad tecnológica que obliga a las personas de más edad a depender de familiares, amigos o almas caritativas.
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La pandemia ha resultado para nuestros mayores una paradoja cruel. Nunca les habíamos expresado tanto afecto para ponerles al mismo tiempo las cosas tan difíciles. Ellos han sido el grupo de edad más castigado por el coronavirus, pero también por la indiferencia. Las promesas de investigar su situación en las residencias o un cambio de modelo en la atención social, se las llevó el viento antes que a la covid. Toda la solidaridad proclamada se acabó en cuanto las empresas, pero también las administraciones, comenzaron a echar cuentas y pusieron todo su empeño en una digitalización de sus servicios tan barata como cómoda, aunque casi siempre más para quien la aplica. La Administración ha sido la primera en avisar de sus cambios por las redes sociales, exigir el uso de una aplicación para preguntar, enviar sus respuestas por 'sms', imponer la cita previa digital para poner un pie en sus oficinas y remitir a una web cuando por fin se descubre un teléfono de atención fuera de horario o que siempre comunica. Cuando nuestros mayores son incapaces de superar esta carrera de obstáculos en el móvil, la culpa es de la brecha digital, o lo que es lo mismo, de su incapacidad, no de quien decidió suprimir cualquier otra alternativa. El 'vuelva usted mañana' se ha convertido en 'mejor no venga'. Lo más triste es que funciona.
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