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El pasado viernes fluctuaba entre lo idílico de la naturaleza y lo sórdido de la condición humana. Entre el sol que alumbraba en el puerto de San Isidro y el manto de nubes y llovizna que habíamos dejado en los valles. Sin librarnos de conocer ... antes las noticias que llegaban de Tenerife, de Sevilla y de otros lugares donde trabajan esas mentes que dimanan del mito de Medea, a la que dio cumplido espacio Eurípides, y los estudios profundos en épocas recientes de Freud y Lacan. Medea, la despechada, que mata a sus propios hijos para ejercer la venganza contra Jasón. Existieron siempre las medeas y los medeos, sin que la gente se acuerde porque es pronto el olvido: la madre que arroja a sus hijos en la playa de Salinas, con la atenuante de que es pobre y analfabeta; el médico que tira a su hija desde lo más alto del acantilado, después de haber pasado consulta por la mañana... Luego vienen los grados de enajenación, como argucias de penalistas, y en contra de reputados psiquiatras. Uno de estos, en una charla nos asusta diciendo que el número de psicópatas puede llegar al cinco por ciento. Según eso está presente al menos uno en cada clase; toca viajar tocándoles el codo en un autobús, o sentados al lado de los que acuden a una conferencia o un sermón. Dicen que pasan desapercibidos, pero siempre dejan un rastro apestoso de su falta de empatía. Y el día que toca hacer daño les deja indiferente, incluso cuando ejecutan la muerte de los que con ellos van. Son por desgracia psicópatas, y con seguridad malvados.
No resultan eficaces, como se ve, cuantas medidas se toman contra esa ralea. Proliferan como la mala hierba. Ni por más juzgados, pulseras o prisiones que les echen. El hombre acecha, y la mujer se lleva la peor parte. Los asesinos son hijos de una madre que seguramente los quiso. Las mujeres maltratadas, o muertas, se juntaron con un ser al que también probablemente quisieron. El verdadero remedio sería enseñar a elegir, luchando contra lo que se cree que es amor. Parece como si Tánatos y Caín soplaran a los oídos de la juventud y les dijeran: no hagas caso del chico o la chica educados, júntate con el que apunta maneras de crápula, y si un día cambia será para peor. «Les liaisons dangereuses», que decía en su novela Choderlos. Uniones destructivas, notadas desde el día en que dos se emparejan. La guerra contra el maltratador compete a las autoridades. La guerra contra el que apunta serlo, debería ser cosa de padres y maestros.
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