El otro día me tocó ir a un mitin de Yolanda Díaz, aunque sus organizadores lo habían llamado con mucha prosopopeya «proceso de escucha», un concepto algo inquietante, como de espías en la Alemania Oriental. Pronto vi que no había razón para asustarse porque el « ... proceso de escucha» consistía básicamente en escucharla a ella y aplaudirla de vez en cuando, como en los mítines de siempre. El caso es que yo estaba tan tranquilo, en las mesas del fondo, tomando apuntes en mi cuaderno, cuando de pronto oí a Yolanda decir: «No hay nada más masculino que alguien que está superseguro de lo que está haciendo».
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Debo confesarles que esa frase golpeó duramente mi virilidad porque yo nunca estoy seguro de nada. Sin embargo, ya estaba yendo al Registro Civil para pedirle al juez que me borrase de hombre cuando tropecé con un anuncio del Ministerio de Igualdad en el que se podía leer: «Cada vez más hombres blandengues no saben lo que es un fuera de juego». Demonios. Yo no solo sé lo que es un fuera de juego, sino que durante algunos años he trabajado en la sección de Deportes y me ha tocado sentar cátedra sobre una cuestión tan peluda y varonil.
Así que, en resumen, para Yolanda Díaz yo no soy nada masculino porque dudo mucho cuando escribo y coloco los adjetivos con una lamentable falta de seguridad, mientras que para Irene Montero soy el típico macho heteropatriarcal, seguramente maltratador, que sabe lo que es un fuera de juego. Estoy despistado, como ustedes comprenderán, y tengo dudas acuciantes sobre mi sexualidad. Menos mal que ya casi no utilizo ese maldito apéndice salvo por motivos urinarios, lo que me quita mucha presión.
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