Todo a una carta

'Lost Letters' reflexiona sobre el posible extravío de una carta; un mensaje de un soldado combatiente a su mujer. ¿Qué ocurriría ante la ausencia de noticias y la distancia que los desconecta? El espectador queda atrapado en una red pespunteada con impresiones radiantes, dulces, inquietantes, exánimes, regeneradas…

Como recurso narrativo la acción se presenta simultáneamente en el escenario y en imágenes –rodadas por Golding– proyectadas en gran pantalla para crear un efecto 'espejo'. Las secuencias se rodaron en el Flysch, Zumaia y la ermita y el convento de San Telmo.

La simbología inherente al relato se percibe en los acantilados; mareas; sábanas blancas, tal vez cartas sin escribir, y horizontes secuenciados. En las tablas, también telas blancas como la espuma de un fuerte oleaje; iluminación atinada y oscilaciones 'ad infinitum'.

Momento cumbre: Lacarra aparece envuelta en un enorme y esplendoroso vestido rojo que alude a las amapolas, flores que en numerosos países recuerdan a los desaparecidos en combate. Rojo sangre; intuición trágica para la esposa sin noticias de su compañero. Una carta perdida fue el preámbulo del ocaso para ella. Tras sobrevolar inmensos campos de amapolas, sucumbe al destino mientras se adentra en un mar del que no volverá. El esposo, desfallecido, volverá a tiempo de evitar lo irreparable. Reencuentro apasionado.

Técnicamente la compañía desarrolla una labor relevante, aunque el mayor atractivo de la producción es la elegantísima y concluyente Lacarra. Pulcra en la gestualidad, siempre irrumpe impecable en la extensión de piernas, 'portés', 'arabesques', 'pas de deux', pasos en puntas y solos. Su estilo es una amalgama de registros neoclásicos, románticos y contemporáneos.

Ovación cerrada para premiar una historia de amor introspectivo y genuino.