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Ninguno había cumplido los 40. Nadie los echó de manos. Durante horas, sus cuerpos inertes convivieron con una ciudad ajena a su historia: los niños entraban y salían del colegio, el Muro se llenaba de paseos y carreras, algunas tiendas vendían algo de ropa pese ... a que el verano se resiste, la Feria del Libro empezaba a llenarse en Begoña, los bares veían pasar parroquianos, servían menús del día... En el solarón los perros corrían, saltaban, hacían lo suyo a apenas unos metros de los cadáveres de dos personas que, de momento, no tienen ni nombre. Se han muerto como «dos individuos de 33 y 38 años» en el centro mismo de una ciudad del norte de España, del primer mundo, y durante 12 horas sus cadáveres convivieron con nuestras rutinas sin que nadie se percatase de que aquellos dos indigentes sobre colchones en las escaleras de la Casa Sindical estaban muertos. Muertos.
Resulta difícil de digerir pero mucho más complicado de solucionar, porque es obvio que en su caso ya no hay nada que hacer. Pero sí puede hacernos reflexionar. Sí deberíamos preguntarnos qué estamos haciendo mal para que algo así pueda suceder en una calle cualquiera, un miércoles cualquiera, en una ciudad como Gijón. 1.179 personas viven en Asturias en la calle según los últimos datos registrados. 1.179 vidas que son responsabilidad de todos. También de ellos mismos, naturalmente, pero de todos.
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