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Empezaba la jornada con todas las expectativas del mundo, con eso de que 'hoy puede ser un gran día', congelados pero mirando al Cantábrico como si fuera el Mediterráneo, felices por el Nano y por todos nosotros, que al fin y al cabo un premio ... para Serrat es un premio casi colectivo, un aplauso a la vida misma, esa que 'de vez en cuando nos besa en la boca'. Pero, como en la canción, terminó la cosa con todos sentados encima de la calabaza en modo interinidad, huerfanitos de presidente. Pedro Sánchez ha vuelto a hacerlo: un giro, un requiebro inesperado y, de nuevo, el partido en contra se pone cuando menos en tiempo de VAR. Estamos de acuerdo, muy de acuerdo con él y con Umberto Eco, no faltaba más, en que es importante parar de una vez «la máquina del fango». Lo que ya resulta un poco raro es que el fango sea fango cuando me mancha a mí y justicia cuando salpica al contrario. A Sánchez se le pueden achacar mil cosas, pero no falta de visión, ni habilidad para la estrategia. En las cocinas de Moncloa deberían llamarle cuando hay que dar la vuelta a las tortillas para la cena. Las manifestaciones de apoyo ya están en marcha, megaconvocatoria para el sábado incluida, con autobuses desde Asturias y toda España. Ahora toca esperar a ver si el presidente, «profundamente enamorado» y a un paso de mártir de la democracia, se va a casa con su mujer o nos concede otro baile al resto, convertidos de golpe y porrazo en 'la otra'. Y esa ya no es de Serrat. La cantaba la Piquer, que murió sin Premio Princesa, aunque siempre será la reina. Se admiten apuestas, lo que no sé es si cabe alguna duda.
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