Como el dinosaurio de Monterroso, cuando nos despertamos Pedro Sánchez seguía aquí y la estación provisional, también. La eternidad no perdona ni a Paul Auster, que hizo magia con sus novelas, jugó como nadie con los espejos, nos hizo creer que no hay nada más ... predestinado que una casualidad y al final no pudo evitar lo inevitable. Menos mal que él permanecerá para siempre en el corazón y la cabeza de tantos, en las estanterías de nuestras casas, en nuestras bibliotecas. Le pasa a la literatura de Auster lo contrario que a los dibujos de realidad virtual de la futura intermodal, que es probable que terminen por perderse como aquellas lágrimas en la lluvia del bueno de Rutger Hauer. Incluso ahora que parece que va la vencida, cuesta creer incluso que el viaducto de Carlos Marx vaya a desaparecer algún día. El papel lo aguanta todo, hasta esta columna, pero las imágenes 3D empiezan a ser al urbanismo lo mismo que los replicantes al ser humano, por seguir con 'Blade Runner': una suerte de placebo para ver si mientras vemos arbolinos y personas felices caminando entre plantas con autobuses y trenes camuflados bajo sus pies se nos olvida que lo que tenemos en realidad es una estación tercermundista para los primeros y otra de cartón piedra para los segundos. Habrá que hacerle caso a Paul Auster y recordar que «todo puede cambiar en cualquier momento, de repente y para siempre». A ver si hay suerte.

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