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Gracias por acompañarnos en un día tan especial para EL COMERCIO y para nuestra Aula de Cultura porque siempre es especial tener con nosotros al más internacional de nuestros científicos, el catedrático de Bioquímica y Biología Molecular cuyas contribuciones a la ciencia han permitido importantes ... avances para descifrar el genoma humano y el origen y la cura de múltiples enfermedades de las llamadas raras, del envejecimiento prematuro o del cáncer.
Gracias muy especialmente a Carlos López Otín por su generosidad sin límites y por haberse empeñado en que esta de hoy sea la primera parada de su 'Levedad de las libélulas' en Asturias.
Resulta complicado definir este libro, porque es de esas cosas que tanto le gustan al profesor Otín: «Fáciles de entender y difíciles de explicar». 'La levedad de las libélulas' nace de un empeño, el de apuntalar y definir qué es la salud, con el único objetivo mantenerla a salvo sabiendo no obstante que, pese a todo, «lo realmente importante no es mantenerse vivo sino mantenerse humano».
Guiado por su mantra, conocer para curar, Carlos López Otín nos lleva de su mano por la historia de la Medicina hasta los días de la inteligencia artificial, estos en los que, cómo él dice, «mientras las máquinas empiezan a pensar nuestra responsabilidad es la de entender por qué y cómo enfermamos». Otín nos invita en este libro a una más que particular fiesta, que unas veces toma forma de imaginario congreso médico y otras de cumpleaños, una fiesta en la que comparecen desde su profesora de Primaria, Teresita Garzón, la primera persona que le mostró el genial Hombre de Vitruvio, hasta el mismísimo Leonardo da Vinci. Por el camino, los doctores Alzheimer o Crohn, Descartes, Newton, Louis Pasteur... Todos juegan a esta particular 'rayuela' con Cortázar y sus cronopios, con Milán Kundera y con Borges. Tantos y tantos maestros que le convencieron, como reza el Talmud, y recuerda él en el libro, que «quien salva una vida salva al mundo entero». En la fiesta tampoco faltan la sabiduría y las anécdotas de su recordado Sammy Basso, ni las de su padre, hombre esencial y lleno de preguntas esenciales. Otín se adentra con la poesía de Miró, la lucidez de Ángel González y la visión de quien sabe mirar en todas las direcciones posibles y sobre todo imposibles en esa «salud que es el silencio del cuerpo» y que es física, química y también e insoslayablemente «mental».
'La levedad de las libélulas' contiene trazos de El Bosco, de Diego Rivera, de Van Gogh o de Genovés. Suena a Beethoven, a Mozart, a Lou Reed, a los Rolling Stones, Caetano Veloso, a Manel o a Antonia Font. Y esto no es un decir porque este libro viene con banda sonora incorporada y hasta playlist en Spotify.
'La levedad de las libélulas' nace de la oscuridad, de momentos especialmente duros en lo personal para el profesor Otín, al que tenemos que terminar, como empezamos, dándole las gracias porque pese a todo, y como él también confiesa en este libro, su «confianza en la voluntad humana de responder a la adversidad y a nuestra vulnerabilidad sigue intacta» y por eso él sigue «trabajando cada día».
Dice Otín que aunque la aventura del conocimiento siempre es colectiva hay «sembradores de estrellas». Él es sin lugar a dudas uno de ellos: científico, sí, pero también poeta, no sé si, como Filomeno a su pesar, capaz de ver y revelarnos cómo las metáforas están al servicio de la realidad, pero también viceversa. Un auténtico funambulista en busca constante del equilibrio.
'La levedad de las libélulas' es muchas cosas pero es sobre todo un canto no sé si optimista pero desde luego esperanzado y por supuesto esperanzador de confianza en el ser humano.
Gracias, Carlos. Gracias, profesor.
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