Los llamamos menas porque si dijéramos niños no podríamos seguir hablando. Los llamamos menas porque es más fácil. Los llamamos menas porque así no vemos ... en ellos a nuestros hijos. Y los llamamos delincuentes porque nos sirve de disculpa, y podemos seguir haciendo nuestra vida. Pero son niños, niños que llegan solos y pidiendo ayuda, niños que lo único que quieren es vivir. Lo contaba ayer Ridu en estas mismas páginas. Se fue de su casa de Marruecos con 13 años. Hoy tiene 21 y un trabajo, además de una mochila llena de pérdidas por el camino, incluida una pierna. Pero sonríe. Está contento porque está vivo y, además, tiene una vida, que no es exactamente lo mismo; aunque haga ocho años que no ve a su madre. Ocho años. La guerra política está ahora en cuántos niños no acompañados se queda cada comunidad autónoma, y sacamos la calculadora y decimos que en Asturias cada uno de ellos nos cuesta 50.000 euros al año, pero eso también es trampa, porque en esos 50.000 hay muchos euros que no se gastan en ellos sino en burocracia y en seguir pasando pelotas de un lado a otro, mientras los niños saltan alambradas o se suben en embarcaciones que no merecen tal nombre. A lo mejor antes de seguir debatiendo deberíamos de dejar de llamarles menas. Porque las palabras importan, definen. Porque son niños como los que nosotros dejamos cada mañana a las puertas del colegio y vamos cada tarde a recoger con la merienda. Como nuestros hijos. Como tus nietos.

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