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Por más que estemos a un cuarto de hora de convertirnos en ciborgs y a veinte minutos de que la Inteligencia Artificial controle nuestras vidas, ... seguimos siendo cazadores/recolectores, pregunten a Trump o a Taylor Sheridan, que lo sigue petando haciendo series del Oeste. Tal vez por eso marear perdices es un deporte tan en boga. Se hace en Gijón cada vez que un proyecto parece que se va a poner en marcha. Nos pasa con los planes como a Isak Dinesen con su granja en África. A fuerza de pasar papeles de un cajón a otro aquí seguimos, y no, no voy a enumerar otra vez los diseños que se han quedado en el camino. Se acaba de incorporar a la ilustre lista de los posibles 'pa prao' Naval Azul. Parecía que firmada la compra de los terrenos por parte del Ayuntamiento la cosa estaba en marcha. Pero ahora llega el Puerto y dice que donde dijo –y firmó, por cierto– 'cesión', pongamos un «ya me ocupo yo». Genial. El problema es que volvemos a la casilla de salida y de nuevo hay que empezar a tramitar. La jugada, hay que reconocerlo, es maestra. Si la cosa sale bien, la medalla de la recuperación de una zona tan privilegiada como abandonada ya no es municipal sino conjunta (recordemos que de un lado está Foro; del otro, el PSOE y, en medio, unas elecciones que ya se acercan), y si sale mal, o sea, si se retrasa, será culpa del empedrado, de esos trámites, de esos cajones en lo que duermen el sueño de los justos los proyectos para Gijón. Naval puede pasar de azul a marrón. Ojo.
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