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Matías se ha ido pero no ha perdido ninguna batalla. Ningún enfermo de cáncer lo hace, como él insistía una y otra vez mientras rechazaba ese lenguaje bélico que nos hemos empeñado en atribuir a la maldita enfermedad. Pero Matías menos. Mucho menos. Desde aquel ... día que subido en una noria del parque de atracciones de Madrid notó un pinchazo, desde que el pinchazo se reveló como un carcinoma metastásico en estadio 4, ha pasado casi una década, ocho años en los que ni un solo minuto ha sido en balde, porque ha sabido exprimirlos todos y, de paso, dejar una estela de ejemplo, de apoyo a otros, de esperanza permanente. De luz.

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