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He estado en sitios raros, pero nunca en el interior de un carro de combate. Hasta ayer. Reconozco que impresiona y produce claustrofobia, pero me quedo con la experiencia. Ponerse en el lugar del otro siempre es la mejor manera de entenderle, y entenderse no ... es la mejor manera de convivir, es la única. Por eso está bien que las Fuerzas Armadas enseñen su trabajo, el motivo por el cual les pagamos, igual que pagamos hospitales, colegios, carreteras y AVEs.
Reconforta comprobar a bordo de una fragata o en la proa de una patrullera que lo que hacen estos miles, millones, de hombres y mujeres es permitir que la vida, la suya y la mía, siga su curso ajena a misiles y ametralladoras, algo que, huelga mencionarlo, ni fue siempre así ni lo es en estos momentos en un buen puñado de lugares del mundo, algunos bien próximos.
No está mal recordarlo ni poder enseñar a los más pequeños que, más allá de los videojuegos, la misión del ejército no es otra que preservar la paz. Sin complejos. Los mismos que habría que quitarse para asumir que una bandera, además del hecho evidente de ser un trozo de tela, es un símbolo de unidad, no de enfrentamiento, y no pasa nada por sentirse orgulloso de ella aunque no nos estemos jugando un Mundial. Sin fanatismos. Simple y llanamente como ocurre en el resto de democracias del mundo.
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