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La golondrina y los abrazos

El resumen es: un periodista, por difundir una información cierta y trascendente que puso al descubierto en manos de qué tipos/as está el mundo, pasó doce años recluido, cinco de ellos en prisión, y tuvo que acabar declarándose culpable de espionaje

Sábado, 29 de junio 2024, 02:00

En el cable de la luz (¡ay, los de estafaluz!), todos los días, si no llueve, se viene a posar una golondrina. Llega, da unos gorgoritos para avisarme y se pone a arreglarse el plumaje y descansar un poco. Si estoy con el periódico, le ... canto alguna noticia: «El ministro de Defensa de USA habla por teléfono con el ministro de Defensa de Rusia». Malo. Pero peor sería que en vez de hablar se comunicasen a base de pepinazos y otras putadas encubiertas, como volar gasoductos. «Rusia y su presidente tienen que ser muy prudentes. Vamos ganando en todos los campos y solamente hay que esperar a que se pite el final. Cuanto primero, mejor para todos». Eso vino a decir el cónsul de Rusia en El Parrochu la última vez que cenamos juntos, allá por Navidades. Yo, chitón. Las golondrinas viajan mucho, ven mucho y saben mucho. Tienen una vida corta, pero todo lo que aprenden pasa a la siguiente generación con el ADN. En California, entre san José y finales de marzo, se organizan multitudinarias excursiones a las antiguas misiones españolas para ver llegar a las golondrinas. La más famosa es a San Juan Capistrano, fundada por fray Junípero Serra. En España, como venimos de la cultura romana de circo y sangre, somos más de matar que de ver y observar. No obstante, yo siempre le paso aviso al 'Dire': «Ya llegaron las golondrinas»; «ya se oyó al cuco por los hayedos de Tarna»; «ya están echando flor los cerezos y brotando los texos», «corzos, ni uno», «bajó la temperatura de la mar tres grados», «este año no se ve 'rumia' por la orilla de la playa». Son datos a pie de natura, no extrapolaciones de satélite a cientos de kilómetros de altura.

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