Asturias llegó tarde a la salida del AVE. Mientras los políticos se culpaban unos a otros de su docilidad con Madrid, la alta velocidad se extendió por España. Nuestra región perdió veinte años en modificar proyectos, justificar retrasos y esperar, con infinita paciencia, su turno. ... Durante ese tiempo, la reivindicación del Noroeste viajó en el furgón de cola de la política española. Más allá de algún encuentro esporádico, cada región iba a lo suyo, que eran minucias. Quienes pasaron años advirtiendo de que por esa vía la estación término era la nada casi se habían rendido cuando las regiones del norte se preguntaron la razón por la que el corredor del Mediterráneo nos sacaba una década de ventaja. Lo mismo ocurrió con el tren del Cantábrico. Si la variante de Pajares aún era un deseo, ¿para qué plantearse siquiera mejorar un trazado secundario? Como si la planificación de un país admitiera improvisar inversiones millonarias, el tren del Norte quedó para mañana mientras la línea de Feve retrocedía hacia el siglo XIX.
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Desengañadas de su propia actitud, las autonomías han tratado de cambiar su estrategia. Juntas, aunque en algunos casos se sumaran a la fotografía más por vergüenza que por convicción, han conseguido logros que debieron alcanzar hace varios años. En ese camino, algunos han descubierto que en las alianzas siempre habrá algo que ganar por más tiempo que se pierda en tejerlas. Cuando Adrián Barbón comenzó a prodigarse junto al presidente de Cantabria hubo incluso en su propio partido quienes se preguntaron si era conveniente. El Gobierno asturiano siempre había procurado mantener una prudente distancia del muchas veces histriónico líder del regionalismo cántabro. En respuesta, Miguel Ángel Revilla mantuvo su mirada en el País Vasco, donde veía mucho más futuro que en un Noroeste aletargado.
Los réditos de no viajar solo a Madrid han tardado en llegar. Pero tal vez la respuesta del Ministerio de Transportes hubiera sido distinta si Barbón hubiera llegado solo a la reunión en la que la ministra tuvo que dar explicaciones por el fiasco de los trenes de Feve. Uno a uno, los presidentes son mucho más fáciles de lidiar y más aún cuando cabe apelar a la lealtad a unas siglas. Juntos, se convierten en un problema. Ahora, el País Vasco ha planteado una cumbre para abordar su preocupación por el retraso de la conexión ferroviaria con Francia, que ha postergado a 2042 la llegada de la alta velocidad a la frontera. Toda una novedad que el Gobierno vasco recuerde que existe un mundo más allá de Kobaron, pero a Íñigo Urkullu no se le escapa que la imagen de cuatro presidentes juntos pesa más que la suya, por mucho que a su partido le guste negociar por su cuenta. La alianza del Atlántico ha renacido. Que las buenas intenciones no duren solo hasta mayo.
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