Para cruzar la moto en la carretera frente a un vehículo que se acerca a más de cien kilómetros por hora hace falta valor, mucho, y ese es un atributo imposible de fabricar. Más bien va de serie con el carácter. Lo que se entrena ... son las reacciones y los métodos con los que esa valentía se pone al servicio de los demás. Eso es lo que hace que un agente como Dámaso Guillén reaccione en segundos y tome la decisión de convertirse en un muro para salvar a un grupo de jóvenes que de otra forma hubieran quedado indefensos frente a un coche pilotado por un homicida. La declaración del individuo, que prefirió llevarse por delante a un guardia civil antes que frenar, no deja lugar a dudas de lo que hubiera ocurrido si el motorista no se hubiera plantado en mitad de la carretera para proteger a los ciclistas que iban tras él. Cualquiera con un mínimo de humanidad o de instinto de supervivencia hubiera frenado. Yago Troncoso no levantó el pie del acelerador. Empotró su coche contra la motocicleta del agente y lo mató. «Estaba haciendo mi trabajo», declaró tras su detención con una crueldad que estremece.

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En el fallecimiento de Dámaso Guillén no hubo nada de accidental. Todo fue consecuencia de las decisiones de dos hombres. De un delincuente dispuesto a matar. Y de un guardia civil decidido incluso a perder la vida para que los fallecidos no fueran otros. Su determinación no fue solo consecuencia de su innegable valentía, también de la profesionalidad forjada durante años de entrenamiento, de muchas intervenciones jugándose la vida y de convertir el deber en una forma de entenderla. De todo aquello que nos parece tan natural en alguien que lleva un uniforme al que a veces nos cuesta dar el debido valor. El enorme esfuerzo personal y colectivo que las fuerzas de seguridad españolas han hecho durante décadas para situarse en la vanguardia de las policías europeas tiene en Dámaso Guillén el más doloroso, pero también el mejor de los ejemplos. El heroísmo exige mucho más que agallas, supone además el compromiso de sacrificar incluso la vida por salvar a otros a los que ni siquiera se conoce. Eso es lo que se asume cada día en un empleo en el que ponerse el uniforme incluye como rutina cualquier sacrificio necesario. Por eso convendría que de vez en cuando nos preguntásemos las condiciones en las que trabajan. Sobre todo, cuando alguno se empeña en juzgarles por quien no les representa o por lo que no son.

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