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El debate de la censura sin opción -los votos no daban para más- tuvo su interés, sobre todo para los políticos. También alguna sorpresa, la ... esperada agresividad cuando de lo que se trata es de hacer campaña más que de convencer e incluso algún divertido rasgo de espontaneidad. Esto último lo puso Ramón Tamames, quien a sabiendas de que su papel era el de candidato fallido, nos regaló algunas verdades que cualquier hijo de vecino hubiera compartido. Por ejemplo, que en el Congreso se despachan discursos 'tocho'. Él se lo aplicó a Pedro Sánchez, quien, según el antiguo militante del PCE, dedicó más tiempo a defender su Gobierno de un peligro inexistente que Asimov a explicar la historia completa del imperio romano. Una hora y cuarenta minutos. No se puede atribuir solo al presidente el abuso de la palabra. Decir mucho para no contar nada es un mal frecuente de la política actual.
No hubo el mismo tiempo para todos, pero el que tuvieron lo aprovecharon para ofrecernos un paseo por la historia desde la leyenda negra hasta la actualidad, sin olvidarse por supuesto de la guerra civil. Por alusiones desfilaron Juan Roig, Pérez Rubalcaba, Amancio Ortega, Zavalita, Largo Caballero, Montesquieu y Felipe VI. Casi todos menos tú, que cantaría Sabina. Entre tanto repaso histórico, hubo algún momento que merece una reflexión. Por ejemplo, el esfuerzo de Yolanda Díaz por limar asperezas con Podemos antes de presentar su candidatura, el manual de Steve Bannon del que Santiago Abascal no tiene la exclusiva por más que se empeñe o el interés de Pedro Sánchez por invitar a Alberto Núñez Feijóo al debate, aunque el líder del PP optase por la galleguísima estrategia de la ausencia, con una visita a la embajada de Suecia. A falta de fondo, politólogos y tertulianos disfrutaron al menos de un espectáculo para recrearse en el quite de los comentarios ocurrentes. En una moción de censura con un resultado asegurado, los discursos fueron para la próxima campaña electoral. Tal vez por eso la propuesta del candidato Tamames de regular los tiempos en el hemiciclo, sus gestos de sopor y sus reconvenciones resultaron de lo más lógico. Quizás los años cumplidos o los que llevaba sin sentarse en un escaño le ayudan a entender que a nadie sensato le sobra el tiempo y que el debate en el que están los españoles es otro muy distinto.
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