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En la antesala de la campaña electoral, las alegrías de las obras van por barrios. Bacheos de urgencia y pintura, mucha, allí donde cabe. Medidas de última hora de mandato que los vecinos padecen lo necesario para recordarles que algo se está haciendo y disfrutan ... luego, no sin preguntarse si no cabía idéntica presteza un año antes. Las corporaciones viven ahora lo que en el deporte se ha dado en llamar los minutos de la basura, cuando el encuentro está decidido, y los jugadores aprovechan para exhibirse, reivindicarse o consolarse a gusto de cada uno. Es el momento en el que de los banquillos salen incluso políticos que ni siquiera habíamos llegado a conocer. En realidad, el balance de la gestión está más que consolidado. Quien pudo ya presentó resultados para anticiparse a las limitaciones de la precampaña. Y el que no tiene cintas que cortar, elabora planes. Lícito todo ello en quienes aspiran a continuar en su puesto e incluso en los que desean pasar a otra vida, en algunos casos mejor.
Ahora es el momento no solo de las listas de nombres, un debate que interesa sobre todo a los propios afectados, también de los programas. En el caso de los candidatos, proponer es obligado. Los ciudadanos necesitan conocer no solo lo qué piensan hacer si gobiernan, también lo que no cabe esperar de ellos. Explicar los proyectos y los compromisos es un ejercicio democrático que los votantes no solo agradecen, sino que están en su derecho a exigir, por más que los incumplimientos hayan devaluado las promesas electorales. A muchos aspirantes les cuesta esbozar cualquier concreción más allá de la crítica al adversario o una declaración de intenciones. En los anteriores comicios, algunos partidos y no precisamente en concejos cuya población permite hacer la campaña puerta a puerta, consiguieron llegar al día de la votación con su programa sin imprimir. En otros casos, las ideas de gobierno apenas alcanzaron para un díptico. Los programas resultan trabajosos, incluso aquellos que se hacen sin la menor intención de cumplirlos. En cualquier caso, son los votantes quienes deben juzgar el esfuerzo de los candidatos por tomarles en serio.
Menos sentido tiene la actitud de quien pretende hacer el programa a los demás. Cierto que cuatro años no dan para tanto y menos con una pandemia mediante, pero esta ambición de dejar atado el futuro no es tan nueva como el último mandato. Siempre hubo quien sucumbió a la infausta tentación de buscar la posteridad más allá de sí mismo, hipotecando a quien está por venir con proyectos difíciles de anular y hasta imposibles de hacer. Eso, más que agotar el tiempo, es hacer que los demás lo pierdan.
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