
Domingo Calvo Testón fue tal vez el último gran cazador de lobos de Asturias. Quedan aún en Caso fotografías que le recuerdan. Desde 1953, cuando se crearon las juntas de alimañas, hasta 1986, año en el que España ratificó el convenio internacional que hizo del lobo una especie protegida, Domingo perdió la cuenta de los lobos que había cazado o capturado de cachorros en sus guaridas. Luego los paseaba por los pueblos, vivos o muertos, para cobrar la voluntad de vecinos, agradecidos de que librara al monte del depredador más dañino y temido. La ley y la modernidad extinguieron su oficio y el respeto por los alimañeros, que dejaron de mostrar con orgullo las fotos de sus cacerías, conscientes de que la admiración se había convertido en desagrado, cuando no en repugnancia. Los alimañeros quedaron como reliquias de un pasado cruel y casi vergonzoso. Domingo dejó a 'Valdroguín', uno de los últimos lobos que capturó, en la huerta junto a su casa hasta que un día tuvo que dispararle para evitar que el animal lo matara a él. Pero es difícil imaginar que alguien como Domingo Calvo hubiera cortado las cabezas de dos lobos y las hubiera tirado en las escaleras del Ayuntamiento de Ponga para recibir al Gobierno regional. A su manera, respetaba a los animales que cazaba y seguramente era lo bastante inteligente para saber que algo así solo podía volverse en su contra.
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No es la primera vez que aparecen lobos muertos, atados a señales o tirados en mitad de la carretera. Pero nunca se había llegado a decapitarlos para dejar sus cabezas, como un mensaje truculento y amenazante, ante los representantes de una institución. La mayor parte de los partidos políticos, por una vez, han exigido el mínimo respeto necesario para situarnos sobre el umbral de lo bárbaro. El presidente regional ha insistido en que mantendrá su postura de exigir al Gobierno central que autorice abatir algunos ejemplares, como Asturias venía haciendo. Una política que aún sin solucionar el problema de los daños a la ganadería, al menos mitigaba las pérdidas y la indignación de los pastores. Ahora tendrá más difícil convencer a la ministra de Transición Ecológica. Para el ecologismo madrileño, de salón y decreto ley, dos lobos decapitados no hacen más que ratificar la necesidad de tratar a los administrados como ignorantes, una invitación más a mantener su postura de proteger al lobo aún a costa de extinguir a los ganaderos, que últimamente tienen el razonable sentimiento de que siempre pierden. No será el lobo, sino la insensatez, lo que acabará con una forma de vida.
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