La ley sitúa, por lógica y necesidad, la aprobación de los sueldos, las dietas y las compensaciones de los políticos entre los primeros deberes de las nuevas corporaciones. Con ello les ofrece la facilidad de abandonar sus puestos de trabajo sin demora para incorporarse a ... atender los asuntos públicos y el sustento para que no dependan de sus ahorros. Fija además un límite para que sus emolumentos no supongan una sangría para las arcas públicas ni un escándalo a los ojos de los ciudadanos. Con ello no evita que cada cuatro años regrese el debate sobre los sueldos. Es frecuente escuchar a los políticos comentar lo difícil que resulta incorporar talento a la administración pública cuando el candidato tiene que aceptar un sueldo menor a cambio de una mayor exposición pública, soportar las críticas no siempre justas de sus adversarios y asumir la responsabilidad de unas decisiones que atañen a todo un municipio. Claro que también habrá quien envidie su situación si la compara con el salario que ve en su propia nómina cada mes.

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El alcalde de Oviedo, que acostumbra a decir lo que piensa y además no le cuesta a su ayuntamiento más que las dietas porque está jubilado, ha sido claro. No se puede exigir a un concejal una implicación de 24 horas diarias los 365 días al año y pagarle menos que al último de los funcionarios. Tampoco un concejal debe aceptar el cargo si por el sueldo que se le ofrece no está dispuesto a trabajar sin ahorrarse esfuerzos. Su postura no difiere mucho de la que mantienen los alcaldes de Siero, Avilés o Gijón. Explicado de una u otra forma, el argumento es el mismo: los concejales deben percibir una retribución de acuerdo con sus responsabilidades y con lo que la sociedad les exige. En ninguna de las grandes ciudades los concejales liberados pueden alegar desamparo económico, ni siquiera los que están en la oposición. Más difícil lo tienen algunos alcaldes de los pequeños municipios, cuyo presupuesto sí que les impone un sueldo bastante austero a cambio de actuar como regidor y casi de peón caminero. En cualquier caso, lo escandaloso de algunos políticos no es lo que cobran, sino lo que hacen. En el gobierno o en la oposición. Siempre quedará el consuelo de aquellos políticos a los que nunca podremos pagarles lo que han hecho. Y también el recuerdo de otros que nunca valieron ni la mitad de lo que nos han costado.

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