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Madrid disfrutó este año de un acto institucional con romería. Con un ministro de la Presidencia que trató de subir a la tribuna de autoridades primero por el método del despiste y luego a golpe de galón, una jefa de protocolo que acabó por ejercer ... de portera de una escalerilla y una presidenta regional a la que el incidente le vino de maravilla para agarrar la bandera del populismo capitalino. El rifirrafe protocolario del Día de Madrid ha dado para muchos chascarrillos de incondicionales y alguna que otra exclusiva de encargo. De lo que tenía que decir o celebrar la región poco se ha hablado. El festejo quedó eclipsado por un ministro que en lugar de comportarse con la dignidad que se espera de su cargo prefirió saltarse la valla como un espabilado cualquiera de los que abundan en las filas de los conciertos y las panaderías. No solo él hizo méritos para el ridículo. Tampoco es frecuente que un jefe de protocolo abandone la sombra que suele separar a los buenos de los malos en una profesión en la que se distingue a los aficionados por sus aspavientos. Ni resulta necesario que una presidenta regional eleve el discurso de lo anecdótico al agravio institucional para solventar un conflicto fácil de solucionar con la elegancia de la generosidad o la indiferencia. Es la fiebre de las campañas electorales, que contagia al personal hasta el punto de que Pablo Iglesias llegó a defender que Félix Bolaños debería haber respondido a la humillación enviando a sus guardaespaldas a desalojar los escollos que le impidieron subir a la tribuna. Es lo único que hubiera faltado para asegurar que el desatino alcanzara la cota del disparate.

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