Fue un milagro, pero sobre todo un aviso. El vuelco del autobús en la carretera de los Lagos de Covadonga, con siete heridos, hizo evidente, con crudeza, lo que cualquiera que visite la zona puede comprobar. Si intenta subir en su propio coche, la percepción ... de riesgo se multiplica durante los días de niebla o al cruzarse con otros vehículos. Si la visita la realiza en autobús o en taxi turístico, resulta inevitable la admiración por sus conductores. No son los profesionales el problema de esta carretera. La mayor dificultad es la propia vía, una carretera de alta montaña, estrecha y sinuosa, con unas vistas tan hermosas como vertiginosas. Y el mayor riesgo lo generan quienes circulan con la imprudencia del exceso de confianza o los que circulan con el comprensible temor a hacerse a un lado.

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Quienes tienen memoria y edad para ello, recordarán el intenso debate que acompañó al plan de regulación de un acceso que, también conviene recordarlo, lleva al interior de un espacio natural con la máxima protección. Fue entonces cuando se pusieron sobre la mesa soluciones como el tren cremallera, a día de hoy un imposible con la regulación vigente. Finalmente, se optó por favorecer el transporte público y limitar el acceso de vehículos particulares en temporada alta. Con cierta flexibilidad porque las limitaciones siempre son impopulares. La medida logró solucionar el caos, pero la realidad ha demostrado que en materia de seguridad queda margen de mejora. Así lo ha entendido el Principado. Pocas veces después de un accidente, el anuncio de medidas ha sido tan rápido como el adoptado por el Gobierno de Adrián Barbón a la luz de las advertencias de los profesionales. Lo habitual es buscar un culpable y que las soluciones lleguen mucho tiempo después. En este caso se ha roto la costumbre. Para bien.

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