Hace cuatro años, Adrián Barbón diseñó un Gobierno para un ciclo más largo que una legislatura. El presidente inició su travesía tras una victoria incontestable, empujado por una marea socialista que auguraba una navegación plácida durante el mandato. A esta expectativa respondía el diseño de ... un Ejecutivo que esperaba contar con tiempo suficiente no solo para aprender, sino para sentar los cimientos de lo que el presidente definió como una «nueva Asturias». El barco apenas había salido del puerto cuando el coronavirus lo paró todo durante casi dos años y abrió unas costuras en el Gobierno que el presidente tuvo que zurcir con su mano más diestra.

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No fue el único problema que afrontó el Principado, que en algunos momentos se encontró en Madrid más cepos que facilidades. Por más que la Moncloa prometiera una autopista sin límite de velocidad, el camino cotidiano se desvió en demasiadas ocasiones por carreteras plagadas de baches. Estos escollos no le dejaron otra al líder asturiano que convertir en frecuentes las andanadas a los ministros de su propio partido, cada vez con una mayor carga de reivindicación regional, y exprimir su gancho personal para no aparecer en la fotografía como colaborador en los patinazos madrileños. Durante la campaña electoral, Barbón bajó a defender todas plazas, sabedor de que el tiempo político ha cambiado, con una ola popular que ha desarbolado la armada socialista. En mitad de este oleaje, algunos incluso se precipitaron a saltar por la borda. Barbón ha sido de los pocos que ha logrado mantener su barco a flote. Cuando un elevado porcentaje del electorado pide cambios -así lo reflejaron todas las encuestas- y aun así le entrega su voto a quien gobierna, significa que todavía le queda un importante patrimonio de confianza que no conviene dilapidar.

Barbón es más consciente que nadie de que un mandato casi reducido a la mitad por la pandemia no le ha alcanzado para cumplir su promesa de luchar para borrar el ánimo de derrota irreversible que en las últimas décadas ha acompañado a los asturianos. Tal vez por eso, eligió como eslogan de campaña 'Llegó el momento de Asturias'. Un mensaje optimista y atrevido para quien detenta el poder y que lleva implícita la promesa de fijar un nuevo rumbo. Para ello necesitará alianzas. No solo en el Parlamento para formar un gobierno estable, también con los ayuntamientos, donde si algo reflejan los resultados electorales es que los ciudadanos no han votado a quien prometió milagros, ni tampoco a quien dedicó su tiempo a utilizar el poder para repartir prebendas en cenáculos, sino a quien les ofrece la confianza de defender sus intereses. Ahí comienza el camino hacia la Asturias prometida.

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