Carmen Moriyón ha iniciado su mandato con un objetivo claro. Borrar en cuestión de días polémicas que duraron años. En menos de tres semanas, el paseo del Muro ha vuelto a ser lo que era, la controvertida ordenanza de movilidad ha terminado en la papelera ... y la feria taurina ha regresado. Una declaración de principios: cumplir lo prometido. Y una intención: dejar a un lado todo aquello que mantenía la ciudad en tensión, fracturada en dos bloques incapaces de preocuparse de otra cosa que no fuera batallar sobre lo que se perdía. Tanto fue así, que ni siquiera proyectos de consenso como la ampliación del parque científico lograron el reconocimiento que merecen. Pero un alcalde sabe bien que una cosa es resolver los problemas y otra muy distinta construir una ciudad. No hacen falta muchos planes para cambiar la faz de una ciudad, pero sí deben ser ambiciosos, sólidos y trascendentales. Y llevan un tiempo que no conviene perder. Esta es la razón que ha llevado a la alcaldesa a aceptar la propuesta de estación que el anterior gobierno le dejó en herencia. Sabe que reabrir el debate de la ubicación no llevaría más que a dilapidar otros cuatro años en una obra que acumula décadas de retraso. Lo que ahora necesita el plan de vías es la convicción de llevarlo a cabo reflejada en los Presupuestos del Estado. Lo demás son cascabeles para despistar y mover papeles para hacer como que se hace algo.

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Pero el gran desafío que Moriyón se ha planteado es otro, un proyecto capaz de cambiar no solo la fisonomía y la economía de su ciudad, sino incluso su estado de ánimo: el plan para la fachada oeste. En los terrenos de Naval está la clave de lo que Gijón será en los próximos años. Para ello, como recordó la alcaldesa en la jornada organizada por EL COMERCIO, es necesario que el Puerto, que en la historia de Gijón siempre ha sido la brújula hacia el futuro, se sume con la necesaria convicción. La Autoridad Portuaria debe ser mucho más que un interlocutor para el Ayuntamiento. El horizonte de Gijón no puede verse sin su puerto. Reducir el proyecto de la fachada oeste a un cálculo de beneficios entre las partes supondría una miopía histórica. De las decisiones que se adopten sobre este asunto no depende una cuenta de resultados, sino una ciudad. Por eso resulta esencial que las administraciones se impliquen con la misma determinación y valentía con la que afrontaron la ampliación del puerto, que ahora convence incluso a muchos que hicieron todo lo posible por torpedearla. Proyectos como este suponen una cita con la historia de quienes ocupan un cargo público. Y la ocasión de saldar una deuda de la que no se habla en los despachos de Oviedo y Madrid para no tener que pagarla, pero que todos los gijoneses saben que existe.

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