La vida como oficio

En mi relación con Marce tenían cabida la complicidad y la empatía recíprocas, tras las reuniones de trabajo en Madrid: esas de las que sales con retos y la cabeza puesta en organizar las tareas con los medios de los que dispones, y los frentes diarios que menudean en todos los periódicos. En los recesos, echando un cigarro; en la calle, esperando un taxi, o de camino al aeropuerto, comentábamos cómo planificaríamos tal o cual proyecto, pero sin demasiados lamentos, sino con el ánimo de que podíamos afrontarlos. Fui de las últimas en incorporarme a esos comités de dirección, pero desde el primer día me ofreció una ayuda que, como me demostró, fue sincera. Tuve la suerte de conocer la afabilidad y profesionalidad de la que me habían hablado.

Los encuentros de trabajo no propenden a las confesiones familiares o más privadas, pero en una de esas citas me contó orgulloso que su hija estaba en Madrid, ya era universitaria y estudiaba Bellas Artes. Ese día no compartimos taxi porque había quedado con su familia para ultimar detalles sobre el alojamiento de Mari Luz para el siguiente curso. Le gustaba que su hija se hubiera inclinado por una profesión que sin una sensibilidad extrema no es entendible ni disfrutable. Quería que ella viviera su futuro oficio con la misma pasión que él sentía por el periodismo.

Su familia, su Redacción, sus amigos deben estar orgullosos de que por sus vidas haya pasado la de Marce, que merecía haber sido mucho más larga. Te recordaremos, compañero.