Hay una comedia humana allí afuera, en el mundo. Uno de los grandes beneficiarios del triunfo electoral de Donald Trump es Vladímir Putin, pero no por cuestiones de afinidades políticas, sino porque ahora ya ha pasado a un segundo plano mediático. En España el papel ... de malo de Amancio Ortega ahora lo ocupa Elon Musk. Nuestras cabezas no dan para tanto personaje y los medios de comunicación y las redes sociales lo saben. Van cambiando los protagonistas del bien y del mal. Ahora reina el fiscal general del Estado, pero luego vendrá otro. Lo malo es que Trump se va a quedar un rato largo, pero también acabará yéndose.

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Bueno, si la democracia sigue. Porque hay políticos que se las apañan muy bien para salir en la tele sin haber sido elegidos por los ciudadanos para gobernar, como Puigdemont. Y luego está Nicolás Maduro, yo ya no sé qué decir de este hombre, porque al menos Fidel Castro tuvo en su momento a la historia de su parte, al menos desde los años cincuenta hasta los ochenta del siglo pasado. Salen un montón de políticos en el telediario. No queda más remedio que verlos y aprenderte sus nombres. Pero luego estos nombres los cambian por otros.

Algunos políticos se reinventan y siguen saliendo por la tele, como Pablo Iglesias. Con Pablo Iglesias podrás o no podrás estar de acuerdo con sus ideas, pero hay algo meritorio en su renuncia honesta coherente a una puerta giratoria, eso lo dijo Luis María Anson el otro día por la tele. Porque Anson se fue al bar de Pablo Iglesias a charlar sobre España y esa charla se vio mucho en las redes. Me gustó la entrevista que Évole le hizo a Lolita. Esa entrevista daba buen rollo con la vida.

Los políticos que tenemos no dan buen rollo con la vida. Porque siempre te están amonestando, recordándote por la izquierda o por la derecha, da igual, que no eres un buen ciudadano. Todo es una comedia mediática. Lo único importante es salir por la tele y que te quieran en las redes, siendo esto último muy difícil, pero no imposible. Ya es el colmo que también nos tengamos que aprender el nombre de los jueces, pues ahora salen en los medios todo el rato. No enseñan sus rostros, ni les hacen entrevistas, pero sí repiten sus nombres muchas veces. Todos los contertulios de las teles y todos los políticos se han aprendido de memoria eso de «respeto las decisiones judiciales, aunque no las comparta». Así que lo que hago es apagar la tele y ponerme a leer a Marcel Proust. Y olvidarme del presente pues en breve será pasado. Dentro de 30 años todos y todas se habrán ido al cementerio de su pueblo. Por eso, nada como Marcel Proust.

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