Que levante la mano quien no conozca la tonada, o no se haya venido arriba con ella en una noche de esas que pasan factura al día siguiente. Tremenda composición la de Carlos Castellano, versionada por infinidad de artistas del mundo mundial. Desde una tal ... Mikaela, al gran Manolo Escobar, pasando por Marisol o la Faraona Lola Flores, pocos artistas de renombre se han resistido a interpretar tan grandiosa canción. Los Centellas, los universales Gipsy Kings y hasta los chavales de Taburete la han metido en su repertorio. Nadie se resiste a su duende, a su gracia, a su arte. A mí la que más me emociona y me hace vibrar, es la del genio, el único, nuestro Elvis patrio, el rey del radiocasete, los torreznos y el cubata de Fundador. Me refiero, naturalmente, a El Fary, patrimonio nacional.
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El torito enamorado es a España lo que la Macarena es al mundo. Todos la conocen, y son capaces de tararearla mientras se contonean. Nuestro ADN está en sus letras, y su ritmo en nuestra sangre. «Y ese toro enamorado de la luna/Que abandona por las noches la mana/Es pintao de amapola y aceituna/Y le puso campanero el mayoral. Los romeros de los montes le besan la frente/Las estrellas de los cielos le bañan de plata/Y el torito, que es bravío y de casta valiente/Abanicos de colores parecen sus patas». No me digan que no es precioso, y oportuno también.
No sé por qué, pero el caso es que últimamente no me quito de la cabeza esta canción. Debe de ser por el asunto del enamoramiento, que tanto nos han contado a través de los distintos medios estos días. Enamoramiento, y profundo, oigan. La mayor parte de nosotros nos enamoramos alguna vez en la vida, o eso nos parece, y con ello nos llevamos nuestras alegrías, inquietudes, decepciones o penas, que también las hay en esto de los amoríos. Mientras nos sucede todo ello, seguimos con nuestras cosas, es decir trabajando, estudiando, o lo que nos esté tocando hacer. Si nos afecta un poco más de la cuenta, nos tomamos una tila o una aspirina para ir a la cama, o agotamos una caja de kleenex entre sollozos y pucheros. Pero ahí seguimos, qué remedio, con nuestros quehaceres diarios, llevando esa mochila del amor o el desamor abismal a cuestas, hasta que se nos pase.
Mas al parecer no siempre es así, y hay oficios en los que los asuntos de amor dan derecho a una baja de cinco días. Una especie de retiro cargado de incógnitas en las que el afortunado portador de dichos amores se pueda dedicar tan sólo a reflexionar. Tengo que preguntarle a mi médico de cabecera si me podría dar una baja de unos diítas en caso de que tuviera que resolver un asunto de amoríos, ya que siento que necesito un periodo de íntima reflexión que me permita ver con claridad qué salida le doy a ese asunto que tengo planteado y tanto me corroe, pues concierne a mi amada.
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Supongo que habrá muchos autónomos que a duras penas pueden cogerse cinco días ni para irse de viaje de novios, por muy enamorados que estén, y por ahí andarán los pobres desgraciados, con la libreta y el móvil en plena luna de miel, en traje de baño y sin hacer caso a su media naranja. Aunque este autónomo, o cualquier otra clase de asalariado nacional, constituye otra clase de toro enamorado, menos bravío, más práctico por la cuenta que le tiene, y más obediente, más de rebaño. Nada que ver con el toro del que hablamos, que cornea cuando quiere, lanza derrotes a diestra y siniestra, a primos y hermanos, pero que cuando le pican a él, entonces dice que eso es fango. Como si no hubiera poco fango ya en la política española desde hace años, y se lo hubieran inventado ahora. Llamar a un adversario indecente en pleno directo en la tele al parecer son flores, o acusar con contumacia a familiares de presuntas tropelías ya despachadas por tribunales quizás sean perfumes, pero lo mismo en sentido contrario, es decir, cuando el presunto atropello le salpica a él, entonces eso es fango. Y es así como el protagonista de esta historia se retira de sus funciones, cancela su agenda, y tras una profunda introspección sentimental, va pergeñando de paso de qué manera se puede reinventar ese molesto asunto de la separación de poderes, la independencia judicial, la libertad de prensa y todas esas minucias que nos trajo nuestra democracia, a la que ahora se le quiere dar una peligrosa vuelta de tuerca, tan sólo cuarenta y pico años después de ser instaurada. Qué rápido parecemos habernos cansado.
En otro orden de cosas, déjenme que termine esta columna, ya que hablamos de profundos enamoramientos, rindiendo un sentido homenaje a Paul Auster, del cual el que escribe estuvo en un tiempo muy enamorado, hasta las cachas. Literariamente hablando, claro. Es una gran lástima que nos haya dejado un genio así, que nunca fue toro bravo ni con luna que se sepa, pero que regalaba obras maestras y no vacuos discursos, caricias en vez de cornadas, y bellas palabras en lugar de fango. Descanse en paz, Mr. Auster.
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