Es una expresión muy inglesa, la de 'The shit hit the fan'. No título este artículo así por pijerío, ni por querer ir por la vida de angloparlante, sino por evitar poner la palabra 'm' en el título de mi columna, ya que suena fatal. ... García Márquez la usó para rematar una de sus grandes novelas, pero siento que no puedo permitirme esa licencia por ser tan sólo un ocasional articulista que carece del genio de don Gabriel, quien podría haber escrito lo que le diera la gana. El caso es que los ingleses usan esta expresión de cuando la 'm' roza el ventilador con mucha frecuencia, para referirse a esas situaciones en las que algún asunto turbio o maloliente contacta con la opinión pública, haciendo que eclosione y se esparza por todas partes, dejándolo todo perdido, y patas arriba. Por eso los 'brits' intentan que su 'shit' en forma de miserias y trapos sucios, que los tienen al igual que en cualquier otro lugar, no llegue a rozar el ventilador, y así evitar vergüenzas propias y bochornos a la peña, poco dispuesta a sufrir ante tan pestilente y pringoso material orgánico.

Publicidad

En España nos hallamos en pleno frenesí de ventiladores expeliendo mojones varios, cuan mastodónticos molinos girando a toda aspa. Diría aún más, tal parece que nuestro suelo peninsular se está tornando en un gran parque eólico, de esos que tanto abundan allá donde vamos. Turbinas mega voltaicas, que en vez de girar con un aire limpio que proporcione energía verde, tan necesaria hoy por hoy, producen otro tipo de energía, marrón esta vez, que genera mala leche y frustración en la ciudadanía. Me refiero a ese rencor y enfrentamiento, llamado ahora polarización (palabra del año, recuerden), al que hemos sido siempre tan aficionados en España. Los ventiladores de marrones giran al son Machadiano del 'Españolito que vienes al mundo te guarde Dios. Una de las dos Españas ha de helarte el corazón', que tanto nos cantó Serrat. A ver si se atreve, ahora.

En estos momentos, la escenografía política española, sin que parezca importarnos un pito lo que puedan pensar de nosotros nuestros vecinos europeos, esos pedazo de ingenuos que nos transfieren fondos sin parar, se está convirtiendo en una monumental hélice esparcidora, un gigantesco patio de broncas y navajadas traperas, entre gritos, risas y aplausos de la concurrencia. Nuestras Cortes Generales, en otro tiempo columna vertebral del estado, espacio imponente habitado por personas con distintos ideales aunque culta, prudente e incluso a veces recatada, ha pasado a ser una moderna parodia del decadente foro romano. Si siguieran por ahí los Monty Python, ríanse de Brian y su vida. Sólo les faltarían las uvas, alguna túnica más, y un tipo con flequillo y gafas, acariciando de fondo un arpa. Menudo taquillazo.

Lo malo, o quizás lo bueno según se mire, pues si algo nos caracteriza a los humanos es la adaptación al medio, es que puede que no sólo nos terminemos habituando a la vulgaridad, a la chabacanería, y a la mala educación que transmiten sus señorías, sino también al olor a 'm' que destilan sus actos. Quién no se ha extrañado al visitar zonas pestilentes en las que habitan comunidades enteras, y oírles decir que a ellos ya no les huele a nada. Se han acostumbrado al hedor, sus pobres moradores, y por allí siguen, tirando.

Publicidad

Un servidor, que es autónomo, no puede evitar pensar, cuando asisto estupefacto a uno de estos 'shows' que el Parlamento nos viene regalando, que todos ellos, en esos precisos instantes, están cobrando. No me digan que no es fuerte, como se dice ahora. Con el contador activado, e ingresando pasta gansa del erario público, sus señorías están siendo remuneradas antes, durante y después de ese oprobio a la ciudadanía, en catorce pagas, por cuatro años, y con vacaciones pagadas. Más o menos lo mismo que cualquier currante hispano por cuenta propia, vamos. Al fin y al cabo, diría que ese debate interno, esa lucha permanente entre los trabajos por los que puede cobrar, y aquellos otros por los que ni ve, ni llegará nunca a vislumbrar un céntimo, es algo común en el autónomo, ese ser prehistórico llamado a la extinción. Su rasgo identificativo no es su capacidad de trabajo, ya que sale de casa con ella puesta, sino la duda sobre lo que ésta le va a rentar. Visitas, ofertas, reuniones, análisis, estudios y demás prisas. ¿Dónde quedarán? Quebraderos de cabeza en su quehacer diario, por los que no recibirá ni las gracias. ¿Creen que si el Koldo-gang le pidiera un presupuesto a un pintor por encalar sus marrones, le darían siquiera una palmadita en la espalda? Qué contraste con Sus Señorías, cobrando todo tipo de prebendas a cambio de hacer girar la 'm' una y otra vez. Aburriendo a las piedras con su cansino «y tú más» mientras se arrojan basura a paladas, gritando cada vez más alto, con más descaro, y más ligereza.

Por cierto, perdonen que me repita tanto con lo de la 'm', pero qué quieren, hice el bachiller en los Jesuitas, y pese a mis años, a día de hoy aún me cuesta escribir 'mierda'. Pobre país. Me tendré que acostumbrar, a este paso.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

3 meses por solo 1€/mes

Publicidad