Secciones
Servicios
Destacamos
No sé si será porque andamos un tanto hastiados con las cosas de lo público últimamente, el caso es que hay ocasiones en las que, al menos a mí, se me hace prácticamente imposible soportar un informativo completo frente al televisor. Da igual la cadena ... y su poso ideológico; de un tiempo a esta parte, asistir impasible a algunos noticiarios me parece una labor al alcance de muy pocos. Entre guerras, amenazas, desastres medioambientales, dificultades económicas, y demás tristezas, resulta complicado relajarse a última hora tras un día fuera de casa.
Todas estas calamidades vienen condimentadas, a modo de amargo aliño, con las muestras de creciente alejamiento de la realidad y el impúdico egocentrismo con que nos obsequia la clase política en estos tiempos. Puede que ni ellos mismos sean conscientes de su distancia, incapaces de verse en el espejo y reconocer esa sombra de éxito sobrevenido que tanto les ha cambiado, y que les hace sentir tan distintos de la gente corriente, contemplando el devenir de las cosas desde su púlpito de suficiencia y buen rollo. No cito nombres por no mosquear a nadie, pero a uno y otro lado hay egos que apestan, actitudes que ofenden, y obras, que son amores, que cabrean. Y mucho.
La penúltima obra, carente de amor alguno, es la que nos estamos tragando estos días con los cuarenta y cuatro terroristas que se presentan a las elecciones que tenemos a la vuelta de la esquina. Tipos y tipas condenados pero ninguno ni siquiera arrepentido, cuyo proyecto personal es pasarse media vida haciendo sufrir a personas inocentes, y la otra media intentando vivir a costa de esas mismas personas, o de los familiares que les hayan dejado. Una parte de su cruel existencia aterrorizando y destruyendo, y el resto, mira tú qué bien, cobrando del erario público, cortando el bacalao y, de paso, humillando a sus vecinos.
Ante esta gigantesca injusticia, digna de un país tan ridículo como el que en ocasiones demostramos ser, nuestros dirigentes miran para otro lado y se escabullen para no ser preguntados, a la espera de que enfríe el esperpento o quede tapado por otro parecido, como es habitual. Se escaquean mientras dan 'vidilla' a esa tropa y a quienes les apoyan, que si no lo ven, no se lo creen. Si se le diera la vuelta a la tortilla, y fueran ellos los que mandan, nos íbamos a enterar. Ocurriría lo que todos sabemos, incluidos los que les dan alas.
La única explicación que adivino para que la sociedad siga avanzando con relativa normalidad ante todos los despropósitos que vemos a diario, es que exista una fuerza contraria que combata de forma silenciosa lo que cuentan los telediarios. Imagino entonces un anónimo ejército de eficacia y bondad, invisible para reporteros y redactores de medios, que hace que el tren social siga por sus vías y no descarrile ante tantos vaivenes. Como el plancton que alimenta a las ballenas, vivimos entre una multitud de micro organismos en forma de ciudadanos, que hacen que ocurran miles de cosas positivas cada día.
Según lo veo, para amortiguar lo que nos trae un telediario se precisa un tsunami social cotidiano. Un equipo con miles de dorsales, pero sin nombre en la camiseta, que vive con el despertador cerca, anda con prisas y se esfuerza por lo suyo y por mucho de lo que le rodea. Una esperanzadora multitud que ofrece, que da, que cede, que protege, que cuida, y que se pone en el lugar de los demás de vez en cuando. Gente buena y solidaria, peones protectores en el tablero de los reyes, reinas y sus dorados espejitos mágicos.
Esta fuerza casi indestructible, complejo ecosistema de altruismo y generosidad, no solo se da en España, sino que existe en muchos lugares del mundo, por difícil que se lo pongan. En Europa, América, Asia u Oceanía, hasta en Rusia y Corea, se hallarán microorganismos con orejas que forman un gigantesco banco flotante, capaz de alimentar al poder con hambre y boca de cetáceo, y equilibrar así la tensión social. En Ucrania ha de haber un océano entero de solidaridad, que algún día florecerá.
A ese plancton que puebla cada día las calles y aceras, a la buena gente, y no a los cuarenta y cuatro mendolaris que se presentan a cargos públicos y que dan inicio a este artículo, van dedicados mi cariño, admiración y respeto. Tan solo confío en que dentro de unos días los micro bichitos dejemos por un momento lo que tengamos que hacer, nos acerquemos al encuentro electoral y, con la Constitución bajo el brazo, acertemos con nuestra papeleta. Cualquier elección basada en la sana convivencia valdrá; eso sí, sin serpientes, capuchas, terror, o antecedentes penales.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.