Contaba el otro día Carmen Posadas, en una de sus columnas en el 'Semanal XL', que la gente ya no utiliza el verbo oír y que ahora todo el mundo lo ha sustituido por escuchar. Argumentaba en su artículo que lo de escuchar es como ... más amable y compasivo, así que la peña ya solo escucha. Lo hacen, sí, pero como nadie apenas oye, lo de escuchar sirve de poco. Las orejas, según Posadas, sirven para lucir piercings y pendientes, pero ya no para la función para las que en teoría están diseñadas, que es la de estar al loro, te estén susurrando el asunto a ti o no.
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Evidentemente, esta notable escritora, de la cual soy lector habitual y comparto muchas veces sus puntos de vista, no viene mucho por Asturias. O eso, o se ha olvidado ya de los asturianos y sus costumbres, lo cual no me extrañaría, dado que cada vez somos menos, mas vieyos y también menos ruidosos. Puede que hasta tirando a mansos, en contraste con otros pueblos de España que no cesan de reivindicar lo que es suyo y lo que no lo es, dando la matraca cuan mosca revoloteadora, invertebrado cojonero que tiende a monopolizar, uno tras otro, los telediarios.
Pero bueno, lo que quiero decirle a doña Carmen es que está equivocada con lo del verbo oír, pues aquí lo usamos sin parar. Tan sólo tiene que darse una vuelta por uno de estos barrios, y hablar con algún lugareño. Puede que tenga entonces que encajar un '¿oíste?' a final de cada frase, le guste o no. «Taben buenes les fabes, ¿oíste?». «Dan lluvia pa mañana, ¿oíste?». Que sí, carajo, que ya te oí, que no estoy sorda. Lo mismo da, le van a endosar varios 'oíste' por minuto, y si el asunto es serio, puede que también le obsequien con algún juramento blasfémico tan malsonante e innecesario como habitual. Aquí bajamos santos como en otros lugares dicen mecachis, ya se sabe. Y además, con esto de la inmersión lingüística, esa obligada identidad que nos están empezando a meter con calzador para que nos sintamos más de aquí y menos de cualquier otro lado, el '¿oíste?' va a pasar a ser '¿oyisti?', que suena más agudo y, por tanto, más molesto para el tímpano ajeno. Hagan la prueba y grítenselo a alguien si no.
En realidad, cualquier soniquete del que se abusa pude llegar a resultar un pestiño, al menos eso me parece a mí. Por ejemplo, esa gente que te lanza un '¿vale?' con cada frase y te obsequia con un saco de ellos para explicarte cualquier chorrada. Como si fueras idiota, o quizás tan sólo para ganar tiempo, te sueltan esos 'vale' a modo de martillo percutor, todo el rato. «Le pones un poco de sal ¿vale?, luego la pimienta, ¿vale?, un chorrito de aceite, ¿vale?» … Y así hasta que se te quitan las ganas de cocinar, las ganas de aprender y casi las de vivir, en general. Qué duro es ser sociable a veces.
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Otro modismo muy actual, soniquete permanente que me llama la atención, es ese del 'chao'. Mira que el castellano es bonito, y te da tanto la posibilidad de regalar un frío 'adiós' a quien no quieres volver a ver en un buen rato, como un cálido 'hasta luego' a esa persona con quien tan a gusto siempre estás. Pues no. Ahora lo moderno es decir 'chao'. Incluso parece molar más decirlo dos veces y rápido, como si fuera una sola palabra, 'chaochao'. Y así, la peña se queda tan feliz, qué en la onda me siento hoy.
El único consuelo que tengo con estas expresiones taladro es que, como toda moda, acaban pasando. Ocurrió por ejemplo con el 'súper', el 'chachi', o el '¿sabes?', que era tan contumaz como el 'vale', pero peor, pues tenía un arma secreta, que eran las 's' líquidas. Esas 's' eran letales, como el gota a gota de la tortura china, y ni el santo Job y su infinita paciencia podían con ellas. Un buen pijo de manual, con jersey de colores anudado al cuello, podía causar estragos con el '¿sabes?' y sus 's' si las utilizaba con destreza. «¿Por qué insultaste a ese chaval, si no te había hecho nada?». «De verdad te digo, no lo sé».
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Ahora, me cuentan que está a punto de llegar a provincias una nueva tendencia a modo de tsunami verbal. Esta vez, al parecer la expresión es 'justo', como forma de afirmar o estar de acuerdo con algo. Vayan preparando sus oídos, por tanto, tengan piercings o no. Hasta en la sopa la encontraremos, al parecer.
El caso es que entre taladrantes modismos, insufribles acrónimos e innecesarios anglicismos, a veces uno no sabe si quien le está hablando es un fenómeno, un jeta, o un rematado zoquete. «El CEO pide feedback sobre el performance del team», escuchas decir, pero ya apenas oyes nada. Con lo fácil que es decirte que el jefe quiere saber qué coño pasa. Pensándolo bien, quizás tenga razón Carmen Posadas, una vez más. Ya casi no utilizamos las orejas. Total, y como quien dice, para lo que hay que oír…
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