Es algo horrible cruzarse con un kamikaze en una autovía. De verdad se lo digo, es aterrador. Calculo que transcurrieron tan sólo cuatro segundos, quizás tres, desde que vimos unas luces de frente, a toda velocidad, y giré el volante buscando el arcén. Un espacio ... salvador que mis reflejos tuvieron la suerte de encontrar en ese tramo. El pasado viernes 24 de noviembre volvíamos de cenar en Oviedo, y al poco de incorporarnos a la AS-II nos sucedió eso. Unos segundos, y un movimiento instintivo, sin tiempo a pensar en nada. Desde entonces, uno se pasa un montón de días y noches procesando esa traumática experiencia, dándole vueltas a la fragilidad de nuestros destinos, y analizando cada minuto, cada decisión previa a ese macabro encuentro, y lo que podía habernos sucedido. Con un nudo en el pecho piensas en lo que le ocurrió a esa pobre mujer que volvía a su casa tan solo un puñado de segundos detrás de nosotros, quizás pensando en lo que iba a hacer al día siguiente, un sábado para el que daban buen tiempo. Es posible que lo que se deba hacer es no darle más vueltas a una experiencia como ésta, pero no es fácil, no crean. Cuando algo así le pasa tan cerca a tu familia y a ti, cuesta dejarlo atrás; es como un fogonazo que vuelve a tu mente una y otra vez, en forma de pregunta sin respuesta.

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La verdad sea dicha, noviembre no es uno de mis meses favoritos. A mi modo de ver, este mes trae poca luz, y sí lluvia, frío, y recogimiento. Si te pilla lejos de casa, como me ha sucedido tantos años, implica cierta sensación de soledad y desarraigo, pues aún quedan los rescoldos de la luz, la cercanía y el cariño del verano. Siempre he pensado que noviembre, al igual que enero, hay que pasarlos, sin más. La diferencia para mí está en que en enero ya te has hecho al frío, y los días van tímidamente estirando. Empieza un nuevo año, y puede que haya renovados planes, sanos propósitos, o algo de fresca esperanza, esa creencia que todo lo mejora. En noviembre nada de esto ocurre; la gente medio desaparece, y tan sólo se ve una tenue luz, allá al fondo, que anuncia la Navidad. No es que me fascinen esos arbolones luminosos de metal de 50 metros que nos colocan ahora para impresionarnos, como si fuéramos bobos, o las estrellonas de un millón de leds que ayudan a los surfistas a orientarse en la mar; pero bueno, la Navidad es la Navidad, my friend, y algo de calor, alegría y buenos sentimientos traerá. Al menos por aquí, que en otros lugares del mundo me temo que va a ser triste de verdad.

Pensándolo con más calma, creo que he sido un poco injusto con noviembre y quizás me haya pasado de la raya al juzgarlo. Para empezar, como dice el refrán del jardinero, 'lo que plantes en noviembre, prende'. Bien cierto es, de hecho he ayudado a plantar este mes veintipico pinos, arces y robles en un prado convertido en serpenteante circuito de ciclocross, que darán buena sombra en unos años. También he escrito alguna cosa, y voy leyendo a ratos, aprovechando el silencio y la tranquilidad reinantes. Por tanto, y siguiendo aquella vieja máxima que nos dice que en la vida hay al menos que escribir un libro, plantar un árbol y tener un hijo (aquí ya he cumplido), este pasado mes de noviembre no ha estado tan mal.

Guns N' Roses lo describen mejor en su grandioso 'November Rain', pues lo ven como días de lluvia y soledad, pero también de amor y reflexión. Para otros, es tiempo de 'Movember', que es lo mismo que decir solidaridad y apoyo a causas relacionadas con la salud, reflejadas no sólo en mostachos sino también en aportaciones económicas y nuevos recursos. Para la mayoría de familias, noviembre es como un desapacible domingo por la tarde, un espacio temporal de descanso en el que pocas cosas ocurren. Y es también un paréntesis de ahorro, a pesar de la presión de los 'marketplaces' y su dichoso Black Friday, que terminarán acabando con todo.

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Por lo que a mí respecta, a partir de ahora noviembre será no sólo lo antes escrito, sino también el mes en el que volví a nacer. Hasta donde soy consciente y recuerdo, he nacido tres veces. La primera, desde el vientre de mi madre, en un mes de octubre. La segunda, en una moto en un mes de agosto, siendo muy joven. Y la tercera se la he contado hoy. Sin duda, la más importante ha sido esta última, porque iba acompañado de dos de las personas a las que más quiero. Creo que nos protegió uno de los tres arcángeles, y yo sé cuál de ellos es. Cosas mías. Tan sólo déjenme recordarles algo, muy importante, si han leído hasta aquí: cuando conduzcan, háganlo bien despiertos y con los reflejos siempre muy bien afilados. Creo que ya saben a qué me refiero. De verdad, háganme caso.

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