Eufórico y nostálgico. Alegre, y triste. Raro. Así me quedó el cuerpo tras asistir a uno de los conciertos de Bruce Springsteen en España, días atrás. Una tarde calurosa en Madrid, y cincuenta y pico mil fieles seguidores que iban desde niños, apenas conscientes del ... espectáculo que tenían ante sí, hasta fans de esos a los que les han ido cayendo años encima, y que a duras penas podían aguantar tanta intensidad, casi tres horas de movimientos de caderas, brazos en alto y subidón vital. Entre estos últimos, irremediablemente ya, me encontraba yo.
Publicidad
Fue mi hija la que me abrió el camino de nuevo hacia el Boss, regalándonos las entradas. Éstas se habían puesto a la venta muchos meses antes, y terminado en cuestión de minutos, en una de estas colas virtuales, globales y letales, que los de mi generación ya no somos, apenas capaces de aguantar a golpe de ratón. Acudí un poco a regañadientes, pues cada día me resisto más a las aglomeraciones, sean del tipo que sean, y por eso me pierdo algunas cosas que quizás no debería. En esta ocasión me llevaron casi en volandas hasta el Wanda Metropolitano, al reencuentro con la música de Springsteen, con el implacable discurrir del tiempo y con la vida en general.
Tuvimos suerte los de Madrid, pues la gira del Boss en esta ciudad vino precedida de varias cancelaciones a causa de algunos problemas en su salud. Visto lo visto, y teniendo en cuenta los setenta y cuatro tacos del Jefe, no me extraña; es más, diría que es casi insólito que un tipo de esa edad aguante tan intenso esfuerzo, y lo cierto es que a los que venimos detrás nos anima y nos sube la moral. Es como si nos dedicara un 'yes, you can', entonado por un músico que dice haberse cuidado un poco más de lo que se suele esperar de una estrella del rock, pero que tampoco ha tenido una apacible vida de oficinista de ocho a tres, ni de rentista despreocupado, que se sepa.
El problema del Boss es que, según él mismo admite en sus memorias, no sabe no estar de gira. Reconoce haber tenido problemas serios de salud mental al parar, un pánico a estar quieto en el mismo sitio que ha hecho que durante su vida haya tenido que pedir ayuda para superar esta grave contradicción, la del agotamiento físico de los tours frente a su fatiga mental en reposo. Un bucle fatal que le ha hecho sufrir mucho, escribió. Para un tipo que admite no creer en la democracia en una banda de rock and roll, y que compone, dispone, dirige y manda, el desgaste ha de ser brutal. Pero hasta aquí ha llegado, logrando mantener unida a una banda galáctica como es la E Street Band, llena a su vez de VIP. Muchos músicos y muy buenos, a órdenes del Jefe. Que me siga quien pueda.
Publicidad
El caso es que ver a Springsteen hoy en día es una especie de montaña rusa. Para quienes empezamos a tener cierta perspectiva de la vida y de todas esas cosas existenciales que conviene no pararse demasiado a pensar, pero que inevitablemente rondan nuestra cabeza, ir al encuentro del Boss puede suponer un cierto ejercicio espiritual. De hecho, su show es un gigantesco sube y baja, pues a los cinco minutos ya estás en modo 'on' con 'No surrender', y así te va a llevar todo el rato, con alguna tregua para que te sientes a coger aliento (tú, no él), echar un trago y volver a levantarte antes de que tu vecino te meta otro codazo, el quinto ya de la noche, más los que aún te quedan por encajar.
Es así, entre ritmo, watios y codazos, como ves la vida pasar, y miras con admiración casi reverencial a ese tipo que está frente a ti, que debería ser eterno, pero que, por desgracia, no lo es. Se le va acabando el tiempo, su inagotable energía. El otro día sentí encontrarme, así de sopetón, con su frágil humanidad, casi a las doce de la noche. El momento me pilló con la guardia baja, al no haber tenido la precaución de echar un vistazo al repertorio de su show.
Publicidad
Tal como lo tiene dispuesto, tras los bises de rigor, despide a sus músicos uno a uno, y se queda solo en el escenario con su guitarra y su armónica. Entonces, tras unos segundos de silencio que se hacen extraños, casi a oscuras, parece despedirse de todos nosotros. A capela, nos regala 'I'll see you in my dreams'. Ves ahora a la gente quieta, cansada ya, algunos abrazados, aun sudando. «Cuando todos nuestros veranos hayan llegado a su fin / nos encontraremos y viviremos y nos reiremos otra vez / al otro lado del río / porque la muerte no es el final».
Luego, nos da las gracias, se gira lentamente, y se va. El paso del tiempo, los buenos momentos, la música de tu vida, las fotos de nuestra existencia, ¡zas!, allí zumbando, como una estrella fugaz. La luz del Boss. Nunca había salido tan feliz, y a la vez tan triste, de un concierto. Serán las cosas de la edad.
3 meses por solo 1€/mes
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.