Una de las cosas buenas que nos han traído los nuevos tiempos a la generación milennial masculina, es esto de que puedas expresar ciertas emociones abandonando la absurda careta de tipo duro, curtido y ajeno a cualquier sentimiento. Me refiero a cosas como la ternura, ... la compasión, la dulzura, la debilidad, u otros rasgos humanos, tan liberadores. Como si fuésemos descendientes directos de Chuck Norris, desde el colegio nos autoeducábamos en la coraza del chulo de barrio con mas o menos soltura, para sobrevivir y, de paso, evitar que la gente se riera de nosotros. En el ambiente colegial que me tocó vivir, del cual guardo un gran recuerdo, no se podía aparecer por clase oliendo a colonia, o con cinturón, o tan sólo un poco más peinado de la cuenta, porque se cachondeaban de ti, o te llamaban directamente nenaza, o maricona. Siento decirlo así, pero era como funcionaba la cosa en la jungla en la que nos movíamos. En casa te decían 'péinate', pero en cuanto salías por la puerta te desaliñabas y te enmierdabas un poco, para así engañar a la tropa y manejarte en ese ambiente implacable, en el que no te pasaban ni una.

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Afortunadamente, como decía, los tiempos han cambiado y hoy por hoy un hombre puede mostrar ciertos sentimientos sin dejar de serlo. Podemos hasta llorar un poco, qué bien. Sollozar no, que eso ya incomoda. Pero bueno, algo es algo y la lagrimilla está ya permitida, sin pasarse. El desahogo se consiente y lejos quedó el 'llorar es de nenas', sufrido en situaciones de pena, rabia, o impotencia. Ibas al cine a ver 'Kramer contra Kramer' y las pasabas canutas. A llorarla a casa, chaval, que da vergüenza tan solo de mirarte, con esos pucheros. Y si el asunto iba de amores, ojito, que podías darte por muerto. Alguien te podía acusar de blandengue, incluso de romanticón. La habías cagado entonces, tronco. Eso era como cruzar una línea, la del débil, que costaba un montón volver a traspasar, si es que algún día lo lograbas. Quizás partiéndote la cara con alguien, aunque no te hubiera hecho gran cosa. Había que salir cuanto antes de ese pozo, en el que no te respetaban ya ni los del curso de abajo. A perro flaco, ya se sabe.

Por suerte, a día de hoy los ridículos aspirantes a machote 'fake' podemos sentir y mostrar ciertas cosas que antes sonaban fatal. Una de ellas, es la de tener miedo. Tiempo ha se suponía que un chavalote no podía tener mucho de eso y el que había se admitía con cuidado. Un paisano ye un paisano, se decía. El miedo era para los niños y las tías; de éstas, algunas intimidaban tanto que tenías que agarrarte la careta bien fuerte, con las dos manos, para que no se te cayera al suelo y se rompiera en mil pedazos. Y ni con esas. Chicas imposibles que no fueron ni una derrota porque, simplemente, no nos atrevimos. El Everest ante uno, el vértigo, la electricidad... bueno, esto para otro día.

Lo que quiero confesar aquí y ahora es que le tengo miedo a Sánchez. ¿Tendré que ir a terapia? Siento decirlo así, pero lo admito: ese instinto de supervivencia, esa capacidad de adaptación, la ligereza y jeta que se gasta cada día, junto a la mala leche que le sale por los poros a cada paso que da, con ese 'tumbao' que tienen los guapos al caminar, me acojona un poco, con perdón. Pérez-Reverte lo clavó en su día cuando anticipó lo del 'killer', aunque a estas alturas puede que ya se haya quedado corto.

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Al ver el otro día la forma en el que sus compañeros de partido le aplaudían en la tele tras el batacazo electoral, tuve una impresión parecida a la que siento al contemplar a otros líderes supremos en sus apariciones públicas. Gente partiéndose las muñecas, hollándose las manos de tanto golpeárselas, compitiendo entre ellos, a 45 rpm. Ni Pavarotti vivió ovaciones así.

Fue entonces cuando, fijándome en algunos de sus rostros, les percibí el miedo. Parece como si también ellos estuvieran acongojaditos por lo que les pueda pasar, y huyen ya a ciegas, desmelenados, hacia adelante. Que sea lo que Dios y su amado líder supremo quieran. Diría más, no sólo son ellos, me da que incluso sus socios antitodo, también esos, andan preocupados. Qué ironía del destino. Sospecho por tanto que no soy el único, legión ya somos. Cada día mas gente empieza a irse de vareta ante la sombra del poderoso caballero que, como en una peli de John Ford, sigue dejando buitres volando en circulo a su paso. La penúltima, Arrimadas, Everest andante, breve huracán de esperanza. De ahí mi debilidad, y mi canguelo. Esa inquietante sensación del 'what's next?' que se ve venir cuando uno se topa ante alguien que parece capaz de cualquier cosa.

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