Y en esto, se nos llenó la mar de medusas. Con lo tranquilos que andábamos por las playas de nuestras costas, presumiendo de arenales, suaves climas e higienizadoras mareas, y nos vienen estas bichas a aguar la fiesta. Primero aparecieron las temibles carabelas portuguesas, a ... continuación llegaron los huevos fritos, y después otras cuantas especies más. El otro día, uno de los habituales de La Escalerona me decía que ahora estaba infestado de 'rizosonas'. Qué nombre más raro, pensé, y luego me enteré de que es como se ha bautizado a la Rhizostoma luteum, la última variedad que se ha dejado caer por aquí. Un nombre simpático para un invertebrado que da miedo sólo con verlo, grande como una paella para treinta, y sin rizos en la testa, pero poseedora de unos pelillos por lo bajo que le pueden dar a uno el verano, si anda cerca.

Publicidad

Es lo que tiene el progreso, nos dicen. Mucha inteligencia artificial, tecnología y robótica, pero resulta que ahora no podemos ir a bañarnos. Los científicos achacan la proliferación de medusas al cambio climático, a la sobrepesca y a la contaminación, y nos advierten de que nos vayamos acostumbrando, porque por aquí se van a quedar. Los humanos somos como somos, y no parece que tengamos intención alguna de cambiar nuestros hábitos o dejar de esquilmar los mares, así que nos tocará pasar más calor y aguantar picaduras; eso sí, con internet, fibra y 5G en casa.

Lejos quedan ya aquellas gloriosas rutinas de cualquier aficionado a lo que se da en llamar natación en aguas abiertas, y que tanto nos entusiasma a unos cuantos. Hasta hace bien poco, uno se podía tirar desde un pedrero cualquiera, de mañana o al atardecer, que es cuando la mar está más en calma, y costear a nado. En San Lorenzo, Luanco, Candás, o donde mejor cuadrara, te sentías seguro y avanzabas relajado, braceando sin apenas pensar en nada. Un traje de baño, y al agua. La cosa se fue complicando, con neoprenos, boya, gorro, gafas, tapones y demás parafernalia, pero en esencia seguía siendo lo mismo, el individuo y el agua. Si acaso te podías cruzar con algún otro disfrutón madrugador, tan chiflado como tú, por allí flotando. Tranquilidad total. Luego, tras una ducha en la misma playa, entrabas en calor con otro café, el segundo del día, y a las 10 a.m. tenías ya la jornada apañada. Así pasamos muchos veranos, convencidos de que aquellas solitarias travesías de El Rinconín a San Pedro, siendo gratis, no había dinero para pagarlas.

En realidad, esto de las medusas lo veo como un nuevo aviso que nos da la naturaleza, otro más. A este paso vamos a parecer los más listos del universo, pero no podremos ni adaptarnos al aire que respiramos, beber agua del grifo o comernos un simple tomate, como Costner en aquella peli futurista que perdió tanta pasta. A las pobres medusas las vemos como si fueran el enemigo, pero no lo son. De hecho, el mar es más suyo que nuestro, y si proliferan es porque nosotros nos ocupamos de que así sea. El enemigo somos nosotros mismos, y me temo que acabaremos creando barreras costeras de defensa, con redes protectoras, para poder darnos un baño, hacinados en la esquina de una playa antes limpia y ahora medio contaminada; eso sí, con un papelito que dice que es apta para el baño y adornada con una dudosa bandera azul. Las rizosonas y sus demás parientas ocuparán el resto, por ahí flotando sin molestar a nadie. Recordándonos nuestra fragilidad, y que nos hemos pasado de listillos.

Publicidad

Bien pensado, esto de las medusas no deja de tener su lado metafórico, pues nos están dando en todo el morro con algo muy parecido a nosotros, como esencia de nuestra propia especie. Las medusas, según nos dicen, carecen de cerebro y corazón, mas los problemas del sapiens en su conexión con la naturaleza se encuentran precisamente ahí, en nuestro cerebro y en nuestro corazón, éste último en sentido figurado. Disponemos de ambos órganos, pero a menudo los utilizamos mal. Además, al igual que algunas personas, las medusas engañan con su belleza y atractivo, a veces incluso con su deslumbrante luminiscencia, pero esconden veneno; de ahí el viejo refrán, eso de que no siempre es oro todo lo que reluce. Además, son desconcertantes y escurridizas cuan humanos, pues te pueden picar tan de lejos, que ni siquiera sabrás quién ha sido, ni donde está, ni por qué. Por otro lado, las medusas se dejan arrastrar cómodamente por la corriente, y nosotros también, hacia un futuro medioambiental incierto, que pasa a ser ya presente. Somos paralelos, y en tantas cosas… Incluso en nuestra evolución, pues las medusas proliferan y nosotros también, cuadruplicando la población mundial en tan sólo cien años.

No me digan, por tanto, que no somos clavados, por muchos huesos, cabello y dedos que nosotros tengamos. Estos animalitos, siendo más inofensivos que un humano medio armado, andan por aquí con todo el derecho porque la mar, hija primogénita de la Madre Naturaleza, nos los ha enviado. Se nos advierte, una vez más, de que mal vamos. Y el problema no son ellas, eso está claro.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

3 meses por solo 1€/mes

Publicidad