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Supongo que habrá personas a las que, al leer el título de esta columna, el asunto no le hará mucha gracia debido a su filiación, ideología, simpatía (¿?), o por pura conveniencia, que ya se sabe que nunca llueve igual para todos. Pero, bueno, como no ... estamos en la Venezuela que tanto alaba Zapatero, pues por aquí expreso mi opinión.
El caso es que tras varias semanas escribiendo sobre música, conciertos, chavalería, los pajarinos cantan y la nube se levanta, hoy toca alzar la voz, aunque sea solo un poco, no vaya a ser que nos tomen por un poco más tontos de lo que ya somos. Tampoco suelo incluir nombres ni apellidos en mis columnas, salvo que haya motivos de alabanza, por tener la fiesta en paz. Siento por tanto esta excepción, pero no se me ocurre un mejor título, a la vista de los apaños que nos están contando los del dinero en pleno mes de agosto, con la gente de vacaciones, en la playa y con la guardia baja.
Aprovechando la modorra general y las pocas ganas de líos que hay en estas fechas, entre saraos y siestas nos toca enterarnos de los efectos del penúltimo contubernio al que nos quiere someter este gobierno, en otros tiempos de todos los españoles y ahora, por mucho que nos vistan a la mona de seda, ya no tanto. Estas cosas de la igualdad, fraternidad y libertad dejémoslas para nuestros vecinos franceses, que mira cómo les va también, y no para España. Y de solidaridad, esa frágil palabra tan sobada ahora por los economistas patrios, mejor ni hablamos.
El run-run no cesa. Tras los acuerdos con los separatistas catalanes para investir a su subordinado, y de paso seguir asegurando su confortable poltrona, los economistas nos avisan de varias cosas. Por un lado, nos recuerdan que uno de cada tres euros que recibe Asturias proviene de la solidaridad autonómica, amenazada ahora por el cupo catalán. Por el otro, y a continuación, varios reconocidos observadores de las cuentas públicas nos advierten de que la ruptura del sistema de financiación entre comunidades traerá consigo para las más desfavorecidas, entre las que se encuentra Asturias, bien una subida de impuestos, bien un recorte en el gasto público, es decir menos servicios. O quizás, las dos cosas, vaya usted a saber. Cuestión de elemental aritmética, sumas y restas con más ceros, pero iguales a las de casa. Lo que sale y lo que entra, esta vez de dinerín parlando.
Tal parece, que en esta península que cohabitamos existen unos tipos muy listos, formados, emprendedores y laboriosos, allá al noreste. Según el relato que ellos mismos venden, han de cargar con la pesada mochila de otros torpes peninsulares con los que a disgusto comparten dni, ya que éstos últimos no llegan a su altura en ninguna de sus múltiples virtudes. Dicho de otro modo, que aquellas afortunadas lumbreras estiman que no tienen por qué soportar la incompetencia de sus vecinos, más pobres, menos talentosos, y al parecer mucho más vagos. Socialismo igualitario en estado puro, por otra parte. Qué cosas.
El que escribe vivió dos años en Barcelona, y me da que ni son más listos, ni más currantes, ni más nada. El tiempo allí pasado fue justo antes de los Juegos Olímpicos de 1992, y por entonces ningún separatista abría la boca, porque el estado español les estaba regando pasta a mansalva. La pela es la pela, noi. Así, dejamos entre todos Barcelona y sus alrededores niquelados. Un ejemplo de modernidad y ciudadanía, patrimonio mundial y orgullo de todos, los de aquí y los de allá. Será por medios, y por perres. Pero eso fue hace tiempo ya, y nadie se acuerda, por no hablar de dar las gracias.
Lo que quiero decir, es que les ha ido mejor sencillamente porque se les han aportado más recursos, amén de su privilegiada posición en el mapa, y no por su ADN ni por el tamaño de su cráneo, como llegamos a oír en su momento a algunos aprendices de supremacistas rancios.
Ahora, y debido a los urgentes acuerdos para aferrarse al poder a cualquier precio (lo del perdón de los 15.000 millones en el 2023 ya está olvidado), la solidaridad territorial que tan bien venía antes, se ha esfumado. Por ello, me permito pedirle prestado a Norman Jewison el título de su película 'The Hurricane', presentada en nuestras carteleras como 'Huracán Carter'. En ella, Denzel Washington da vida a un boxeador injustamente juzgado, encarcelado, y caído en desgracia. Un tipo con menos suerte que Sánchez, nuestro púgil patrio, desmembrador de nuestro sistema autonómico, socialista des-socializador, y promotor de la tediosa confrontación, y la vuelta a las dos Españas. En Asturias, tierra de borrascas atlánticas y gélidos aires del norte, nos anuncian vientos huracanados, a merced de un gestor del Estado que se asimila a una dana ambulante, que lleva suaves brisas a donde le conviene, y frío y olvido a otros lugares.
Los técnicos de las cuentas nos visualizan arrinconados contra las cuerdas por un serpenteante fajador que, por pura conveniencia personal, ha logrado trivializar la mentira, normalizar la incertidumbre, y quitar todo el valor a esa gran herramienta que a duras penas mueve el mundo, que es la palabra dada.
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