Pocas cosas tengo colgadas por las paredes en mi oficina. Aparte de un par de fotografías y un calendario a tres meses, en la sobriedad de mi guarida encontrarán tan sólo algunos 'pos-its' en un tablero de corcho y poco más. La única decoración, ... quizás inesperada, es un chiste en forma de viñeta que me acompaña en mis mudanzas desde hace mucho tiempo. Se trata de una tira de Caloi publicada en la revista 'El Gráfico', de Argentina, una escena futbolera clavada en la pared. Para los que no lo conozcan, Caloi fue un genial dibujante e historietista, por desgracia ya desaparecido, al igual que la citada revista, biblia deportiva en el país del tango. En la patria de Maradona, Messi, Di Stefano y otros diez mil 'cancheros' geniales más, Caloi fue un maestro de la ironía, del fino humor desgarrado, del reírse de las desgracias e incluso de uno mismo. En sus tiras, transpiraba ese encantador desencanto argentino; el de la Mafalda de Quino, o ese 'cortita y al pie' de Don Alfredo. poesía en estado puro, como la de Enzo en banda. Gambeteo, engaño, cal y rizo al viento, para quienes tengan la suerte de saber de qué hablo.

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La tira de Caloi va de un entrenador dando instrucciones desde el banquillo a un jugador que salta al campo, y empieza así: «Fontana, quiero que me juegue de volante retrasado, pero mandándose al ataque. Hágame de tapón en el medio, parado delante de la línea de cuatro. Cuando se vaya arriba, hágalo picando en diagonal. Lánceme pelotazos cruzados para los punteros. Trate de tocar de primera en paredes cortas, y en las largas busque la espalda de los marcadores centrales. No se olvide de amagar y buscar la pausa o el cambio de ritmo. Rote para desmarcarse y provocar claros para la subida de un compañero. Gambetee a la carrera y pruebe de media distancia».

Mientras se despoja del chándal, el míster prosigue, irrefrenable: «Llegue al cabezazo cuando desbordan los punteros, y en los corners. Si descarga la pelota hacia un costado, pase por detrás del que recibe y pique por la punta. Cuando perdemos el balón baje siempre tapando. Releve a los defensores que se van al ataque y, a la vez, tome la marca de los defensores rivales que se desenganchan y se proyectan a la ofensiva. Meta pierna y mande ahí en el medio. Tome los tiros libres y preste atención al offside. Si hay penal lo lanza usted, y acuérdese de pararse delante de la pelota hasta que se acomode la barrera en los tiros libres en contra».

Caloi remata su tira retratando a ese charrán ridículo que lo habla todo, pero no dice nada, ese que confunde más que aclara. Cuando el pobre Fontana se gira hacia el campo, aún aturdido, el míster le arenga, levantando su mano:

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«¡Ah! Otra cosa, Fontana... juégueme suelto, sin preocuparse por nada».

Me encanta esta tira, y no sólo por su argot porteño, sino por lo que expresa Caloi través de ese monólogo de un tipo desde un banquillo. Me refiero a la vida cotidiana, con sus contradicciones, sus clichés y sus demandas. Ataque y defienda, tire y pase, avance y retroceda, esprinte y pare. Incoherencias vitales, mensajes amontonados, improvisadas tácticas. Instrucciones sin sentido, deslavazadas, y sin opción a replicar. «¿En qué quedamos?».

A mi modo de ver, somos una multitud de Fontanas los que poblamos calles y aceras en España. A los pobres Fontanas nos hacen salir cada día de casa a jugar nuestro partido con cientos de misivas contradictorias a la espalda. Nuestros implacables líderes políticos se llenan la boca con mensajes de justicia, progreso e igualdad, pero sus palabras, como las del 'míster' de Fontana, ya no valen nada. Aquí se disculpa al mentiroso contumaz, mas se pone a caldo al que diga cualquier verdad que moleste al que manda. Nos advierten del cumplimiento de la ley, para después tratar mejor al delincuente que a aquel que la acata. Un día nos recuerdan nuestro deber de ciudadanía, y al siguiente se pasan el suyo por la badana. Por la mañana nos dicen lo importantes que son las empresas, y por la tarde ponen a parir al patrono. Al currante, primero le dicen que pague impuestos, y luego que trabaje menos. A los estudiantes, que den el callo, para apuntarse luego al paro. Al poder judicial, lo ensalzan el lunes si conviene, y el martes se le ataca. A las fuerzas del orden, que mantengan éste sin tocar a nadie, no vaya a ser que les graben. Al profesor, que enseñe aunque se rían de él en su cara. Y al rico, a ese le sugieren que encargue su cohete para irse a vivir a Marte.

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Así es como entre mensajes disparatados, entre burlas, mentiras y patrañas, se desarrolla el juego de Fontana. Nuestro partido diario, con obligaciones, facturas, esfuerzos y patadas. Las normas, para los tontos. Al ciudadano se le obliga a vivir 'por el libro', sudando la camiseta, para que otros, los que llevan la voz cantante, se rían de nosotros a carcajadas. Para que nuestros 'coachs', a los que se les habría de suponer algún ejemplo de ética y ciudanía, hagan sencillamente lo que les da la gana.

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