Y en estas se acabó la Feria. Algunos dirán «vaya, ho», y otros dirán «por fin», según les pinte el asunto; el caso es que el otro día cerraron el portón del recinto ferial, y como viene sucediendo desde que existe este evento o 'barullu', ... Gijón cambió, así de repente.
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Supongo que para muchos gijoneses y asturianos, en general, la terminación de la Feria de Muestras de Asturias es algo así como la antesala del final del breve verano que disfrutamos por estos lugares. Breve de verdad, por mucho que nos anuncien cambios climáticos, pues aquí estuvo fresco hasta bien entrado julio, y en septiembre, a pesar de los tan celebrados veranillos de santos, empieza a rociar por las mañanas y las chanclas vuelven por donde vinieron, al desván. Tan solo queda el Hípico como colofón a nuestro efímero estío, para el que le gusten los caballos o entretenerse perdiendo pasta mientras espera esa triple gemela que le tocó al primo de un primo. Una boleta encomendada a un jamelgo, y ni gemelas ni mellizas, otro año más.
Tras el Hípico, la gente va volviendo a sus rutinas. Astragaos de farturas y fuegos artificiales, y con menos euros en los bolsillos (ojo a los precios de la hostelería, otro día hablamos de esto), empieza la vuelta al cole, al curro, a los madrugones y a las pechugas de pollo a la plancha, que no nos da la vida para un frixuelo más. Es entonces cuando lugares como el paseo del Muro, termómetro del bullicio local, va recobrando su normalidad y uno consigue caminar más o menos recto, mirar la mar y no al peatón con el que está a punto de estrellarse o ver las baldosas del suelo.
Pero bueno, volviendo al asunto de la Feria, leo que este año, en su 67 edición, se ha vuelto a batir el récord de asistencia con casi 750.000 visitas, que son unas cuantas ya. Dentro de poco, y a este paso, tocaremos a una por asturiano, como no nos pongamos a fabricar guajes a cama abierta, cosa totalmente improbable.
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Respecto a la organización del evento en sí, hay un hecho que me parece cada vez más extraordinario, a medida que me hago mayor. Hoy en día es muy frecuente oír a la gente decir que el mundo está cambiando muy rápido, que ya nada se parece a lo de antes, y esas prisas por todo. A cualquiera de los defensores de esta teoría del 'espídico' evolucionismo, sugiero que se le invite a la Feria para que se relajen y dejen de alarmar con teorías sobre la transformación pseudo extintiva del homo sapiens. Lo que quiero decir, tras visitar la Feria de modo consciente desde hace más de cincuenta años, es que me apuesto un café con quien quiera a que si me ponen un saco en la cabeza que me impida ver, oír o sentir nada, me muevo allí como pez en el agua. Entro por la puerta, encuentro vehículos de la marca que quieran, motos varias, la sartén que me pidan y hasta el mega invento de pelar patatas. Luego, pido un sándwich, compro un bocata de calamares, un helado y, si me apetece, la entrañable bolsa de garapiñadas. Después paso por el Pueblu de Asturies, atino con el puesto de artesanía que me propongan y, finalmente, logro salir por la puerta por la que entré, un par de horas más tarde, sin haber dado un paso en falso o dudado en una sola calle.
Este pequeño farol, que podría denotar aburrimiento, monotonía, o tedioso paseo en esta cultura de la continua re-invención que vivimos, es el gran acierto de la Feria, según lo veo. En Asturias tenemos el mejor ejemplo del viejo mantra 'lo que funciona bien, no lo toques', referido en este caso a la organización de un evento. Y que conste que no lo digo en plan de sutil ironía ni nada que se le asemeje, sino que me parece una gran lección de sentido común por los gestores de este acontecimiento veraniego. Las innovaciones están dentro de cada espacio, y cada año se organizan más demostraciones, charlas, presentaciones, concursos, etcétera. Actividades para motivar al público, para hacer que se interese por algo, o sencillamente, se entretenga. Pero las cosas están donde están y no tenemos que andar volviéndonos locos mirando un mapa o contratando un guía en cuatro idiomas para ir a donde nos da la gana. Manejamos nuestro tiempo y el que quiere pasar allí el día, pues perfecto, que mirar ye gratis; pero el que va con más prisa, en media hora amortizó la entrada.
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Tan sólo hay una cosa que hoy por hoy sigo echando de menos, quizás nostálgico de mi infancia. Les parecerá una chorrada, y con razón, pero he de admitir que me falta la tienda de los pollitos de colores y los patos, allá a la derecha, junto a los tractores y las palas. Animalistas del mundo, respirad tranquilos, pero qué guapos eran, azulinos, verdes, rosinas, y malva. Y qué perreta si no te los compraban. «Tira, que son muy gochos y lo dejan todo perdido», me decía mi madre, y de allí me sacaba, agarrándome del brazo. Viva el feliz, inocente entretenimiento y Dios salve a la Feria.
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